lunes, 14 de diciembre de 2020

6 Películas con un enfoque Contextual

 

No he querido titular a este artículo "X películas psicológicas" porque se podría pensar que en esta enumeración se va a encontrar el mismo contenido que en el 99% de listas que llevan por título esta frase (o derivadas): películas cuyos personajes presentan claramente algún tipo de trastorno mental o películas -algunas sólo supuestamente- complejas que suponen un desafío para el espectador en mayor o menor medida y suelen contener un giro final. No va de eso esta lista. En este artículo he agrupado seis películas que ilustran bastante bien algunos conceptos que debemos tener claros si queremos trabajar desde las terapias contextuales. Así pues, no me enrollo más y, evitando los spoilers en la medida de lo posible, vamos con la primera:


1 -
La leyenda del pianista en el océano (Giuseppe Tornatore, 1998)

Sin entrar en detalles, esta película nos muestra a un personaje (Tim Roth) que se encuentra muy cómodo en un mundo muy pequeño. Vive haciendo muy poco y, paradójicamente, casi sin vivir, pero esto le funciona. Su conducta es aplaudida y reforzada por los demás, excepto por un amigo que se preocupa por su forma tan extraña de habitar el mundo y de vez en cuando le insiste en que debe salir de allí. Pero el protagonista, lejos de hacerle caso, sólo se reafirma en su estilo de vida. Una vez lo intenta, sí, pero se echa atrás antes siquiera de haber experimentado cómo habría sido. Así, la película nos lleva a un final que funciona como una perfecta metáfora de cómo la evitación experiencial nos puede llevar a la autodestrucción. Una película tan bella como triste, que te hace preguntarte qué habría pasado si el amigo del protagonista hubiese sabido aplicar la desesperanza creativa.

 

2 - Coraline (Henry Selick, 2009)

En contraposición con la película anterior, que nos mostraba cómo una persona sucumbía a la evitación experiencial, en Coraline, una película que marcó un antes y un después en el mundo del stop-motion, seguimos a un personaje que, lejos de evitar una situación desagradable, decide plantarle cara. La película es la adaptación de la novela homónima de Neil Gaiman (2002) y omite un diálogo clave sobre esto, en el que Coraline le cuenta a un gato cómo había aprendido lo que era el coraje: No consiste en realizar algo heroico en una situación arriesgada cuando ya estabas en esa situación, sino ir deliberadamente a ella aun siendo consciente de su riesgo. Pero, aunque este diálogo no aparezca en la película, se nos ilustra perfectamente mostrándonos cómo Coraline, tras huir de un lugar que le provocaba auténtico horror, y teniendo la opción de cerrar esa puerta con llave y no volver jamás, decide regresar aun estando muerta de miedo. Y esta vez la película no termina en destrucción, sino que Coraline es capaz de conseguir aquello que buscaba, exponiéndonos la importancia de ser capaces de entrar en contacto con nuestras emociones más desagradables y, aun así, ser capaces de actuar dentro del contexto que nos las provoca.

 

3 - Nebraska (Alexander Payne, 2013)

Pero ¿por qué decidió Coraline regresar a un sitio así, a pesar de las emociones que sentía? Porque allí había algo importante. Algo que la movía por dentro. Y de eso va Nebraska: de todo lo que nos puede mover el hecho de tener un objetivo y, por ello, de la relevancia que tiene el trabajo de los valores personales y las metas vitales de los consultantes en terapia. Y algo más: que esos valores muchas veces no irán en consonancia con los nuestros. ¿Cómo se las apaña la película para mostrarnos esto? Porque, como espectadores, sabemos que el motivo que mueve al protagonista de Nebraska (un anciano -Bruce Dern- cuya vida lleva mucho tiempo marchitándose) es absurdo: una promesa de un premio de miles de dólares que le ha llegado por correo y que todas las personas que lo rodean saben que es falso, como esos folletos de casas de empeños que por una cara asemejan un billete de 200 euros. Y todos los personajes entran en la dinámica de juzgar al anciano por perseguir algo que les parece una tontería, pero él sigue empeñado en hacerlo. Y esto, que en un primer momento parece carente de sentido, sirve para arrancarlo de la monotonía de su vida, y emprende un viaje que lo llevará muy lejos, un viaje en el que, a causa de esto, poco a poco se terminarán reafirmando lazos familiares, resolviendo diferencias y cerrando heridas del pasado. Así, el espectador aprende cómo no es procedente juzgar el valor vital o el objetivo de una persona, si éste, a fin de cuentas, va a ser el motor que genere un cambio positivo en su vida mediante su activación para perseguirlo.

 

4 - Mystic River (Clint Eastwood, 2003)

Y sobre la tendencia al juicio va esta película. Concretamente, sobre la estigmatización. Porque conocer la historia personal de una persona tiene sus pros, pero también puede tener sus contras. Así, esta película nos muestra las dos caras de la estigmatización: conocemos a un personaje (Tim Robbins) con un pasado extremadamente traumático y que quedó visiblemente afectado y "tocado" por ello. Por un lado, vemos cómo esto genera una actitud complaciente de quienes lo saben para con él; comprensión, cierta condescendencia, paternalismo, etcétera. Esto podría ser positivo para la persona si la película hubiese seguido un discurso moralizador del tipo "pobrecitas las personas con trastornos, hay que ser más benévolas con ellas". Pero no, la película no tarda en hablarnos de la otra cara de la estigmatización, que son las asunciones, las atribuciones, el "ya sabes cómo es", y, cuando se comete un crimen en su entorno cercano, las personas que "lo conocen" no dudan de tener claro que él debe ser el culpable, con consecuencias de lo más amargas.

 

5 - Ruby Sparks (Valerie Faris y Jonathan Dayton, 2012)

En esta película nos presentan a un personaje (Paul Dano) que descubre una insólita capacidad: aquello que escribe se hace realidad. Así, describe sobre el papel a la chica de sus sueños (Zoe Kazan) y ésta enseguida cobra vida. Poco a poco, conforme descubre aspectos que no le gustan de ella, va modificando lo escrito para cambiarla, pero de algún modo las cosas nunca salen justo como él quería en un principio y esto lo lleva a la desesperación y a la búsqueda de una salida a esta situación. Es una película genial que se podría analizar desde muchos prismas. Uno de ellos, el más evidente, es de la Terapia de pareja y las diversas dinámicas que llevan a la trampa mutua, pero otro, a nivel más metafórico y que nos va a servir de puente para la siguiente película, es éste: por más que queramos, hay ciertas cosas que nunca vamos a poder controlar, ni siquiera aquello que hemos creado nosotros mismos -como pueden ser, también, los pensamientos y las emociones-, pero sí que podemos cambiar la forma en la que nos relacionamos con ello.

 

6 - The Babadook (Jennifer Kent, 2014)

Lo que nos lleva a Babadook. Esta película nos cuenta un drama humano en clave de terror que es, una vez más, una analogía muy clara. Esta vez, sobre el paradigma Control Vs Aceptación. La historia va mostrando cómo el contexto de nuestro personaje (Essie Davis) se vuelve opresivo y estresante, a la par que aparece en casa un misterioso monstruo (el Babadook) que podemos ver a través de los ojos de su hijo (Noah Wiseman) y cuyas apariciones van en consonancia con las reacciones, cada vez más erráticas y agresivas, de la madre a su contexto. No tardamos en comprender el juego de paralelismos, cómo el monstruo es una representación visual de las emociones de la madre y sus apariciones son los intentos fallidos por controlarlas. Al final de la película el monstruo no se va por medio de un exorcismo, como ocurriría habitualmente, sino que permanece en la casa, conviviendo con ellos, pero ya no los aterroriza. Simplemente está allí, y de vez en cuando la madre, que ha cambiado la forma en la que se relaciona con sus propios eventos internos, baja de vez en cuando, lo ve, lo supervisa, incluso le da algo de comer, pero lo deja estar ahí, y el monstruo la deja vivir a ella. Quizá sea una de las mejores metáforas sobre la aceptación que he visto representadas en la gran pantalla.



 

domingo, 14 de junio de 2020

Reflejo


El camino era pedregoso y, debido a un problema con la suspensión del coche, decidió dejar aparcado el vehículo para recorrer a pie la distancia que restaba. Buscó la ubicación del sitio para calcular más o menos el tiempo que le quedaba hasta llegar, pues ya atardecía tras él, pero no había internet y, según la semiótica de su teléfono, tampoco cobertura. Julián miró en derredor y no le extrañó; nada se veía salvo cerros, matas, un cielo que se ensangrentaba implacablemente y el incierto camino sobre el que se hallaba. En el camino, salpicado de piedras, romero e hinojos, no había marcas de vehículo y tampoco huellas de ningún tipo; ni pisadas de zapato, ni heces de conejo, ni la marca de las pezuñas de algún jabalí. Se preguntó, recordando su alergia al polvo, cuánto tiempo haría que nadie alquilaría aquella casa rural o, aunque nadie la alquilase, desde cuándo no irían los encargados a limpiarla. Lamentó el peso de su mochila pues de él, bruscamente presente en su conciencia al reparar en ello, no formaba parte mascarilla alguna. Intentó apaciguarse a sí mismo con frases como:
-Siempre que se va algún sitio, algo se olvida, qué se le va a hacer, hoy fue la mascarilla -. Y se sorprendió a sí mismo ante la gravedad de su voz, pues con ella reparó en un silencio ensordecedor que no había advertido hasta que sus palabras no lo hubieron resquebrajado. Continuó caminando, acelerando un poco el paso. Al principio, precediéndole, su sombra fue alargándose más y más. Luego, desapareció. Después, todo fue una gran sombra. Sacó el móvil del bolsillo e iluminó el camino con la linterna, lo que, paradójicamente, contribuyó a aumentar su nerviosismo en lugar de a sosegarlo. El haz de luz tenía un corto alcance y le daba pavor mirar su final, imaginar algo que hasta aquel momento habitó la oscuridad súbitamente descubierto por el movimiento de su mano devolviéndole una mirada de espejos. Treinta angustiosos minutos pasaron hasta que el camino terminó en un porche descuidado, rodeado de higueras y limoneros. Buscó las llaves, deseando no haberse equivocado con las indicaciones que le habían dado en la agencia, y probó. La primera de ellas abrió la puerta. Inútilmente buscó un interruptor en la pared del interior y su mano recorrió el gotelé, como una araña, hasta que recordó que la casa rural no tenía electricidad. Había, sin embargo, una lámpara de gas. La activó y echó un vistazo al interior. Se trataba de un cortijo austero. Un sofá, una chimenea, dos ventanas, un espejo, cribas y arados salpicando las paredes, un techo de madera y launa. Aparte del salón había un dormitorio, con una cama de matrimonio y dos literas, y un cuarto de baño. Sin agua corriente, el agua venía de un gran depósito que sobresalía del tejado (lo sabía porque se lo habían dicho en la agencia) y que Julián confió en que estuviese lleno. Al día siguiente, por la mañana, llegarían Jaime y Alicia. Les envió un mensaje:
"Ya he llegado, las llaves funcionan perfectamente y todo parece estar en orden. Escogisteis un buen sitio para despejarnos, no hay nada alrededor. Traed juegos de mesa ¿vale? ¡Os espero aquí!".
Lo envió y, por supuesto, no les llegó. Ya había olvidado que no tenía cobertura. Para no gastar más batería apagó el móvil, apagó la lámpara y se acostó sin molestarse siquiera en lavarse los dientes, envuelto en un deseo imperioso de que llegase de nuevo la mañana y, con ella, la luz.
Con los ojos abiertos advirtió que se había habituado a la oscuridad. Por la ventana sin cortinas que había sobre la cama de matrimonio del dormitorio entraba la luz de la luna, que debía estar alta ya, y podía distinguirlo todo, distinguía el mundo en una escala de grises. Imaginó entonces que allí, alejado de la civilización, las estrellas debían de contemplarse con mayor nitidez. Se levantó de la cama, cogió las llaves y salió del dormitorio al salón. Dirigió la vista a la ventana en busca del cielo y frente a ella vio, rígida e inmóvil, la oscura silueta de un hombre.
Un relámpago helado recorrió el cuerpo de Julián desde el vientre hasta la nuca. La silueta estaba detenida frente a la ventana sin realizar ningún movimiento. ¿Lo estaría viendo, o en el interior de la casa habría demasiada oscuridad? Julián quiso echar a correr de nuevo al dormitorio, pero sintió paralizadas sus extremidades. Luego pensó, en un arrojo de valentía, preguntar a voces quién andaba ahí, pero su voz se quebró. Julián, que seguía creyendo que desde fuera no debía ser advertido, comenzó a moverse con lentitud, intentando hacer el mínimo ruido posible, pero sus tobillos y sus rodillas parecían insistir en lo contrario. Buscó algo que pudiese utilizar como arma y sólo encontró un pequeño cuchillo de sierra en un cajón. Se giró de nuevo hacia la ventana; la silueta seguía allí. Los hombros a la misma altura que antes, la distancia a la ventana era la misma. No se había movido ni un milímetro. Se alejó de la ventana caminando hacia atrás, con el cuchillo asido con firmeza, hasta que sus piernas dieron con el sofá. Se sentó despacio y miró a la otra ventana que había a su lado. Tras este cristal había también otro hombre, tan rígido e inmóvil como el primero. No pudo evitar el grito que emanó de sus labios.
Se agazapó sobre el sofá, el cuchillo un destello trémulo de luna, abrazándose las piernas, a la espera de algo, no sabía el qué, pero nada ocurrió. Las siluetas permanecieron impasibles tras el cristal. Una vez que se hubo recobrado, tras un largo rato, se levantó y buscó la lámpara de gas. La tocó, pero no la encendió. Pasó un cuarto de hora, inmóvil él también, con la mano sobre la lámpara, antes fría y ahora tibia, mirando a los hombres frente a las ventanas. Al final se decidió y la prendió.
Casi volvió a gritar al hacerse la luz, pues estuvo seguro de que se encontraría de frente con las miradas de los hombres fijas sobre él enarbolando una expresión inescrutable y terrible, pero no fue así. Ambos hombres le daban la espalda. Vestían un jersey de lana verde y a través de la ventana sólo se veía de la mitad de su espalda para arriba. Julián, que ya había sobrepasado la barrera del terror y se había adentrado en la extraña indiferencia de la desrealización, avanzó, lámpara en mano, hacia uno de ellos. Cuando estuvo más cerca pudo ver el corte de pelo, que era escaso y perfilaba un pico a la altura de la nuca. Se sorprendió pensando que se parecía al corte de pelo que llevaba siempre su padre.
Se preguntó por qué no se darían la vuelta. Sin duda, debían haber advertido la luz que había tras ellos. ¿Hacia dónde estaban mirando los dos? ¿Qué esperaban? ¿Qué hacían allí? Poco a poco, mientras se realizaba mentalmente estas preguntas, el miedo volvió a anegar su cuerpo. Valoró la opción de abrir la puerta y salir al exterior, enarbolando el cuchillo, pero no se vio capaz. Una sensación que se incrementaba más y más, deletérea, de sentirse observado a pesar de que le estaban dando la espalda, lo llevó a apagar la lámpara. Debido a la habituación de sus ojos a la luz las siluetas, por un momento, desaparecieron. Sin embargo, despacio, las nucas, impertérritas, volvieron a emerger de las tinieblas.
Julián regresó al dormitorio y se acurrucó bajo la manta, tapándose hasta la cabeza, con el cuchillo aún en la mano, angustiado ante la imposibilidad de poder hacer que las horas pasasen más deprisa, deseando tan sólo poder dormir, que la luz del alba entrase ya por la ventana, y que Jaime y Alicia llegasen de una vez.
No lo hicieron. Cuando el medio día hubo pasado y comenzaba a atardecer de nuevo, Julián estuvo dando vueltas por el lugar intentando buscar un punto en el que hubiese cobertura y realizando una llamada tras otra, pero ningún intento dio resultado. Al final, convenciéndose de que Jaime y Alicia tampoco llegarían aquel día, pensó en irse de allí, de vuelta al coche, y mandar las vacaciones a tomar viento. Sin embargo, entre que recogía todas sus cosas, la noche se terminaría cerniendo sobre él al principio del largo camino. Recordó las nucas, el pelo corto pegado al cristal, bajo la luna, y corrió de nuevo hacia la casa.
A mitad de la madrugada, a pesar de que se había jurado a sí mismo que no lo haría, se levantó y se dirigió al salón. Allí estaban: estatuas de carne, pelo y tela, dándole la espalda a las ventanas, a unos pocos centímetros del cristal. Julián, cuchillo en mano de nuevo, reunió el valor para gritar: ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? Nada respondieron, tampoco se movieron. Julián volvió a enredarse entre las sábanas, determinando que, al día siguiente, en cuanto el sol hubiera vuelto a aparecer en escena, se iría de aquel lugar, pero el miedo no le permitió dormir en toda la noche.

Al alba los hombres ya no estaban allí. Reunió todas sus pertenencias en la mochila, se la colgó, cerró la puerta con llave, abandonó el porche y comenzó a caminar. Ya llevaba diez minutos andando cuando fue consciente de que aún agarraba con fuerza el cuchillo en su mano izquierda. Durante todo el camino estuvo realizando llamadas, pero seguía sin cobertura. A cada seis o siete pasos volvía la vista atrás sin detenerse. Encontró el coche mucho más cerca de donde esperaba encontrarlo, a mitad del camino pedregoso. No se hizo preguntas. Mejor así. Se introdujo en el coche, arrancó y aceleró para alejarse de allí cuanto antes. El coche empezó a temblar hasta que algo, no sabía el qué, sonó en su interior, con profundidad, como una gran roca que se escucha caer al fondo de un pozo. Descubrió, demasiado tarde, que el volante había dejado de responder y que los frenos tampoco parecían hacerle caso. Lo último que vio fue un ciruelo que se aproximaba vertiginosamente hacia el coche, desde la orilla del camino, y después todo se apagó.  

Cuando despertó era de nuevo de noche. Se sentía mareado y la frente le escocía. Palpó el interior del coche, sin ver nada. El volante estaba viscoso. Se tocó la cabeza y descubrió un líquido caliente que impregnó sus dedos; sangre, sin duda. Activó las luces y, a dos o tres metros del vehículo, frente a él, pero dándole la espalda, había un hombre con el pelo corto y con un jersey verde. Apenas lo veía, pues tenía la vista nublada y había un ciruelo incrustado en el capó del coche. Comenzó a gritar y a girar la llave para arrancar, pero cada intento del motor moría engullido en el silencio de la noche. Miró por el retrovisor y advirtió, gracias a las luces traseras, que tras el coche había otras siete u ocho personas, todas ellas de espaldas al coche, vestidas con un jersey verde. Siguió intentando arrancar el vehículo y de pronto se dio cuenta de que el hombre que tenía frente a él se movía. Caminaba hacia el coche. Gritó de nuevo, horrorizado. Su horror venía de haber advertido el movimiento de sus pies y de sus rodillas, pues éstas indicaban que el hombre estaba caminando hacia delante, y que lo que Julián había pensado en todo momento que debía ser su espalda era, en realidad, su pecho. El hombre caminaba hacia delante y no tenía rostro. Su rostro era una nuca llena de pelo corto. Miró por el retrovisor y advirtió que el resto de hombres sin rostro estaban rodeando el coche y se pegaban ya a los cristales. Julián cerró los ojos y gritó, gritó y gritó, y cuando los abrió de nuevo seguía gritando, pero era de día y lo que veía no era un ciruelo, un cristal roto y una persona sin rostro, sino que veía un techo de madera y launa. Estaba en la cama.
Se levantó. El pijama se le había pegado al cuerpo y su sudor era frío. Intentó beber agua, pero las manos le temblaban demasiado. El sol entraba por las ventanas, pero no era capaz de sentir calor. Al menos, pensó, incluso aunque no haya sido una pesadilla, esas cosas sólo aparecerían por la noche. Era el momento de irse. Salió del salón, pero no se atrevió a girar la cabeza hacia ninguna ventana. ¿Y si aquellas criaturas seguían allí, mirándolo sin ojos?
Cuando reunió el valor suficiente, se giró y efectivamente la vio. Una cabeza sin rostro frente a él, contemplándolo a la luz del día. Y entonces gritó, más desgarradoramente que nunca, pero no por la figura que veía, sino por dónde la veía. La veía en el espejo que había entre ambas ventanas y la cabeza sin rostro, que a sí misma se contemplaba, gritaba, gritaba y gritaba a pesar de que no tenía boca.




Manuel Murillo de las Heras

martes, 14 de abril de 2020

Nina Yershova, autora del poema perfecto


Nina Yershova (Vladivostok, 3 de octubre de 1953 — Sintra, 19 de noviembre de 1995) fue una cuentista, ensayista y poeta rusa, conocida principalmente por haber escrito el poema perfecto. Algunos críticos la consideran una autora de culto dentro de la literatura soviética, por la influencia de su obra a pesar de su brevedad. Otros, sin embargo, mantienen que la mayoría de su producción literaria, en especial su poema perfecto, no fue más que un mal chiste. A día de hoy, la mayor parte de sus escritos se encuentran sin traducir, y en Rusia no hay actualmente ninguna editorial que distribuya sus libros. El lector occidental sólo podrá acercarse a su obra mediante un cuento, titulado “El ruiseñor que odiaba la ópera”, que se encuentra en una antología sobre cuentistas menores del Moscú de los años 70, de pobre traducción y descatalogada en España y la mayoría de países latinoamericanos desde el año 2005, si bien aún puede ser encontrada en algunas tiendas de segunda mano de carácter virtual. El resto de sus traducciones al español tienen carácter fragmentario y sólo están disponibles en los catálogos destinados a trabajos académicos de algunas universidades.
De la infancia y adolescencia de Yershova en Vladivostok es poco lo que se sabe, y la información que ella misma proporcionó en algunos artículos autobiográficos y entrevistas abunda en contradicciones. A veces decía que nunca había conocido a su padre, otras que su padre le leía los cuentos de Chéjov cada noche hasta que ella hubo aprendido a leer. Unas veces decía que había crecido junto a ocho hermanos; otras que había sido hija única. El punto a partir del cual no hay contradicciones es el viaje que emprende desde Vladivostok a Moscú a los 18 años, únicamente para asistir al taller literario de Yaroslav Smelyakov. Sube al Transiberiano con poco equipaje: varias libretas, un poemario de Anna Ajmátova, el Manifiesto del Partido Comunista y abundante ropa de abrigo. Una vez en Moscú, se entera de que el taller de Yaroslav Smelyakov ya no existe y, pocos meses después, tras intentar dar con él para recibir, de primera mano, algún consejo que le permita empezar a escribir, tiene noticia de su muerte. Este hecho la inspira para redactar su primer cuento o, al menos, el primero que fue publicado: “Un viaje a ninguna parte”. Este cuento, ya desde su título, deja adivinar la ironía que anegará gran parte de su obra.
Víctor, el protagonista del cuento, es un niño que, en 1896, abandona la granja en la que trabajaba su familia, en Tolyatti, al malinterpretar un comentario de su padre: ésta es la peor leche de toda Rusia, había dicho el padre. El niño, inocente, que no había oído el contexto de la conversación y no había podido entender que leche, para su padre, era una forma de nombrar a los frutos de su trabajo, entendió que su progenitor, en lugar de estar criticando el problema de la precariedad estructural, estaba afirmando que la causa de su pobreza era la calidad de las vacas que les habían tocado. Así, el niño se marcha sin decir adiós. No lo considera necesario, pues lo más importante del viaje es regresar. El viaje en sí, aparentemente épico, coquetea con la sátira constante, y la estructura de sus frases contienen una belleza y una tristeza que posteriormente perfeccionaría en su poesía. Recorre Rusia entera en busca de una vaca que pueda sacar de la pobreza a su familia. En 1908, el niño, que ya no es un niño, pero que necesita de su inocencia para dotar de sentido a todo el camino que lleva recorrido, encuentra a un hombre con un traje carísimo, zapatos de piel y un aspecto saludable, que es la envidia de todos los rostros macilentos que lo observan en medio de la plaza. El hombre tiene varias vacas y asegura que su leche produce milagros. Tan sólo hay que ordeñarlas, dice, beber su exquisita leche, y la fortuna llamará a sus puertas. Víctor, que apenas tiene dinero, intenta negociar con el hombre de las vacas milagrosas, pero no consigue nada. Sin embargo, otro hombre, que ha escuchado la conversación, engatusa a Víctor para llevar a cabo un trabajo por el que podría cobrar muy bien. Así, Víctor, sin saber a quién le hunde el puñal, cobra una millonada por el asesinato cometido (en el cuento, en ningún momento se hace saber a quién asesinó) y se lo gasta todo en comprar la Vaca Milagrosa. Una vez con su vaca, emprende el camino de regreso, que resulta ser más duro, más frío y más doloroso que el viaje de búsqueda. Víctor intenta con todas sus fuerzas que la vaca no enferme, que la vaca no pase hambre. Llega incluso a cubrirla con sus propias ropas durante una fría noche en Norilsk. Víctor, que está muy enfermo, llega por fin a Tolyatti. Cualquier hombre habría muerto durante el viaje, pero el fuerte deseo de sacar a su familia de la pobreza lo mantiene con vida hasta el final. Sus padres, al verlo llegar, gris, emaciado, y siendo ya un adulto, no lo reconocen. Víctor les cuenta la hazaña. Les dice que ha encontrado la Vaca Milagrosa que los sacará de la pobreza. Los padres palidecen al oír el precio al que adquirió la vaca, una cantidad de dinero con la que ninguno de los dos se había atrevido siquiera a soñar. Víctor muere con una sonrisa, la segunda noche tras su regreso, sabiendo que ha sacado a su familia de la pobreza para siempre. Es una suerte que no se haya dado cuenta de que la marca de la vaca es la de esta granja, le dice el padre a la madre esa noche. Al menos, ha muerto feliz, dice la madre. Luego acarician a la vaca, que habían vendido años atrás por una miseria al hombre que había cobrado una millonada por revendérsela a su hijo. A la noche siguiente, unos hombres que habían ido tras la pista de Víctor en busca de venganza, llegan a la granja de Tolyatti. Ante la imposibilidad de consumar la venganza con el propio Víctor, matan a su familia, roban las vacas y queman la granja.
El cuento tiene buena aceptación, pero los siguientes, más cortos y menos imaginativos, pasan sin pena ni gloria por algunos periódicos locales, y la mayoría son rápidamente ignorados.
Nina Yershova pasa seis años trabajando en granjas colectivas y su producción literaria durante esa época consiste, principalmente, en poesía. La mayoría de sus composiciones poéticas, sin embargo, no sobreviven a un incendio que asoló parte de una de las granjas en las que trabajaba en aquel momento, en abril de 1978. La mayoría de críticos afirman que este hecho fue el que más la inspiró a la hora de crear su poema perfecto. Con los poemas que sobrevivieron al incendio, en 1979, publicó un modesto poemario titulado “Las fértiles cenizas”. No tuvo mucho éxito.
En 1980 la contacta Y. Nekrasova, directora de la revista Líneas torcidas de Moscú, especializada en literatura emergente y crítica literaria. Nekrasova había sido alumna predilecta de Mijaíl Isakovski y en la carta le comunica a Yershova que había visto mucho potencial en sus cuentos, los que gustosamente había ido recopilando desde las diferentes revistas y periódicos en los que se habían publicado. Según lo que dice la carta, Nekrasova ni siquiera sabe que Nina Yershova también escribe poesía. En la misiva le ofrece un puesto de becaria en su revista, para dedicarse a escribir artículos en los que podrá pulir todavía más su prosa.
Los siguientes diez años son, para Nina Yershova, los de mayor producción literaria. Cultiva también el género del ensayo. Uno de estos textos, que versa sobre la necesidad social de volver a instaurar el Zhenotdel, es ampliamente comentado, no sólo en el ámbito académico sino también en el popular. Se casa con un editor en 1982, para divorciarse en 1986. Este hecho inspira el que seguramente sea su segundo poema más famoso (y el primero más leído), “El río”. Se trata de un poema largo y desigual, pero que, en general, fue celebrado por el escaso público y la crítica a la que llegaban sus obras. Abundaba en versos de corte autobiográfico, que parecían ser una respuesta directa a alguna conversación, que jamás fue revelada, entre ella y su exmarido:

Tú, amor, que me reprochabas nadar en el río
gris, tan gris que te asustaba
que no hubiese agua, de tan cristalino.
[…]
pero, amor, el agua se ha hecho desierto,
la nieve se ha hecho cenizas,
el tiempo se ha hecho conmigo,
con estos versos que querían
decirte otra cosa,

pero, amor, el amor se ha hecho vacío1

Es tras la publicación del poemario homónimo que incluía este poema, tras haber despertado el interés tanto del público como de la crítica, cuando anuncia que lleva cinco años escribiendo el poema perfecto. El escepticismo recorre tanto a lectores como a escritores, como un reguero de pólvora. Algunos, familiarizados con el tono irónico de su obra, ríen ante la idea y esperan, ansiosos, a que el poema se publique. No obstante, Yershova alega, en múltiples ocasiones subsiguientes, que la perfección de su poema va totalmente en serio. La idea se califica de hipérbole idealista, se le tacha de ególatra y hay quien afirma que se ha vuelto completamente loca. Con todo, durante años, mientras la autora mantiene el misterio comentando las correcciones que no deja de realizar sobre su poema, en busca de la perfección, se habla de Nina Yershova, a raíz de algo que no está publicado, y que nadie puede afirmar que siquiera esté escrito, más de lo que se ha hablado de ella desde que comenzó a escribir.
El 16 de Julio de 1991 se publica una modesta nota de prensa en la mayoría de periódicos de Moscú: aquella tarde, a las siete, Nina Yershova presentaría el poema perfecto en la Biblioteca Lenin.
Es mucha la gente que acude, una cantidad inusitada para una autora cuyas obras previas se han movido en círculos tan reducidos: Acuden la gran mayoría de sus lectores (que no son muchos), críticos, editores (la editorial de su exmarido envía a uno de sus redactores en su nombre), un gran número de escritores, académicos y teóricos de la lengua. El salón donde se celebra la presentación, quizá una de las presentaciones de poesía más breves de la historia, se halla completamente abarrotado.
Nina Yershova se encuentra en pie, frente a todos ellos, únicamente con un par de folios impresos. Aquí está escrito el poema perfecto, dice. Gira los folios y muestra las líneas a todos los asistentes durante unos pocos segundos; nadie puede leer una sola palabra en la distancia. Seguidamente, les prende fuego a los folios con la ayuda de un mechero. Nadie entiende qué está ocurriendo. Hay murmullos, alguien pregunta qué está haciendo, pero Yershova sólo contempla cómo las llamas consumen los papeles a gran velocidad. Aquí estaba escrito el poema perfecto, dice, y ésta era la única copia existente.
Ante aquella última declaración la gente reacciona y se levanta para intentar apagar las llamas. Yershova ya ha soltado el poema, pues se ha quemado los dedos. Entre varias personas intentaron contener el fuego, pero ya sólo queda ceniza y trozos de papel ennegrecido con algunas palabras sueltas. Algo debía decir de la luna y del tiempo, que de algún modo conducían a imposibilidades unos versos más abajo. Una de las palabras legibles que cerraban el texto era viento. La otra, calcetines. Ni una sola palabra más se pudo salvar.
El mundo literario le vuelve la espalda. El acto, lejos de ser considerado subversivo, es tachado de arrogante e irrespetuoso. La Biblioteca Lenin la nombra persona non grata. En noviembre de 1991, debido al fallecimiento de Nekrasova y ante la creciente inestabilidad social, cierra Líneas torcidas. En enero de 1992, tras la disolución de la Unión Soviética, Nina Yershova abandona Rusia para no volver jamás.
Pasa sus tres últimos años recorriendo Europa. Sin residencia fija, vive algunos meses en Riga, casi un año en Bucarest. A su paso por Hungría publica un breve ensayo que nadie familiarizado con su obra lee hasta varios años después de su muerte. En el ensayo, titulado “Sobre el poema que no pudo ser y fue”, la escritora diserta sobre cómo la perfección es un valor imposible de entender en el mismo plano que la objetividad. Para Yershova, la perfección sólo puede entenderse desde un punto de vista subjetivo e individual.

El poema, […], fue perfecto antes de escribirse, desde el mismo momento en el que fue planteado como idea y la idea fue sembrada en cada uno de los individuos que posteriormente asistieron a la presentación. En el momento en el que las llamas consumían los versos, en la mente de cada uno, al saberlo irrecuperable, se trazó la idea de cómo sería, para ellos, el poema perfecto, que, aunque es un valor subjetivo, es también singular e inamovible, ya que algo no puede ser perfecto si es susceptible de serlo de otra forma. […] El poema fue, en ese instante, todos los poemas que cada uno había imaginado perfectos, y a la vez ninguno de ellos. Luego fue fuego. Luego fue nada, y no puede existir nada más perfecto.2

Actualmente, se considera a la última frase de este fragmento de Sobre el poema que no pudo ser y fue la línea más representativa de las dos características más importantes de su obra: la tristeza y la ironía.
Muere agonizando en una ambulancia de Sintra, a finales de 1995, tras ser atropellada por un conductor borracho que mató a seis personas más en una sola calle. Deja a medio escribir un ensayo político, sin título aún, sobre el papel de la Coalición Democrática Unitaria en la realidad social de Portugal y su futuro, que nunca llegó a vaticinar por escrito. El manuscrito inacabado es todo cuanto encuentran en su bolso.
Se dice que, en su lecho de muerte, recitó, palabra por palabra, el poema perfecto. La enfermera que la atendía reconoció la melodía de su voz, la manera tan singular de agrupar las sílabas para formar unos versos con ritmo, la solemnidad en su rostro, claro indicio de que lo que decía era algo de suma importancia. Todo esto fue lo que refirió la enfermera en el parte de su defunción. Sin embargo, la joven sólo hablaba portugués, y algo de español, por lo que no pudo entender ni una sola de sus palabras. 


1Traducción de José Ángel Leiva, Ediciones Cumbre, 1997.
2Traducción de Celsa Carrión Miranda, Anacleto Morones Editorial, 1999.




Este cuento ha sido publicado en
Revista Almiar.
Manuel Murillo de las Heras.

jueves, 9 de abril de 2020

25 libros que tienes que leer antes de los 25

Antes de empezar, quisiera pedir perdón por el título de esta entrada, ya que es puro clickbait (y también algo de parodia). No soy nadie para decirle a alguien lo que tiene que leer o no leer (creo que nadie lo es, y que la lectura no debe ser una obligación, pero no estamos aquí para discutir estos temas, eso daría para otra entrada aparte), y este tipo de listas siempre me parecen una chorrada. Primero, porque te dicen, sin sarcasmo, lo que tienes que leer, pero no establecen ningún criterio de por qué ni abren ningún tipo de debate sobre qué significa que una persona tenga que leer X libros. Y debate hay. Segundo, porque en más de la mitad de las listas que he leído de este estilo está más que claro que la persona que está escribiendo la lista ni siquiera los ha leído. Tercero, porque no me considero un gran lector. Me gusta mucho leer, pero soy muy lento y me distraigo con facilidad. Y cuarto, porque la mayoría siempre repiten los mismos putos libros, siguiendo la siguiente fórmula: cinco o seis clásicos conocidísimos y que además sean un tocho (Cien años de soledad, Moby Dick, el Quijote, Rayuela), libros más o menos sobrevalorados y que casi todo el mundo ya ha leído (El Principito, El lobo estepario) y luego una serie de Best Sellers que entretienen, pero que literariamente no aportan gran cosa. 
Así que, si esta lista no es una lista de libros que tienes que leer, ¿entonces, qué hostias es? Pues veréis, hace relativamente poco que he cumplido los 25 años y he pensado que estaría bien hacer una especie de émulo de esta clase de listas con 25 libros que he leído antes de mi cumpleaños y que de alguna u otra forma han sido significativos para mí y me han aportado cosas que seguro que a mucha otra gente también le aportarían. Así que voy a decir 25 libros que sean sólo de narrativa o poesía (excluyo ensayo, psicología, antropología, divulgación y filosofía). Sin más dilación, vamos allá:

La casa de hojas | Actividades | CCCB
1 - La casa de hojas (Mark Z. Danielewski)
De este autor recomiendo encarecidamente las dos obras que he leído. Una es la casa de hojas, y la otra es La espada de los cincuenta años. ¿Por qué sólo he leído dos obras? Pues porque, como no lo lee ni dios en España, las editoriales han decidido no seguir publicando sus libros (y tiene un montón). Sí, podría adquirirlos en inglés y leerlos así, pero es que se trata de una literatura complejísima y creo que no alcanzaría a comprender ni un 10% de todo lo que sus obras me pueden aportar. Se trata de libros realmente únicos, donde en todo momento se resalta el valor (y necesidad) del libro como objeto, tanto desde la estética como desde la funcionalidad. Hay quien dice que Rayuela es una novela compleja porque hay distintas formas de leerla (que básicamente son dos). Bueno, pues Mark Z. Danielewski se mea en la cara de los que dicen eso con La casa de hojas. Es una verdadera experiencia que vale la pena, es enfrentarte a algo a lo que no te has enfrentado nunca. Hay quien dice que es una novela de terror. A mí no me lo parece. Sí, es inquietante, pero encasillarla en el género de terror sería como decir que Hero es una película de acción, y nada más.

Blood Meridian | Blood meridian, Movie art, Southern gothic
2 - Meridiano de sangre / En la frontera (Cormac McCarthy)
¿He puesto dos libros del mismo autor? Sí. ¿Es hacer trampa? Por supuesto. ¿Me importa una mierda? También. De hecho, En la frontera lo he leído después de cumplir los 25, pero es tan jodidamente bueno que no podía dejar de mencionarlo. Podría contar con los dedos de una mano los libros que me han hecho llorar, o que han estado a punto de hacerlo, y En la frontera es uno de ellos. Es un libro sin concesiones y sin la menor clemencia para con sus personajes y para con el lector, y de una profundidad abismal. ¿Es mejor que La Carretera, por la que obtuvo el premio Pulitzer? Sí. . Lo digo y no me escondo. Es mejor que La Carretera, y Meridiano de sangre también lo es. Meridiano de sangre es uno de esos libros que suelen salpicar las listas de "libros que nadie termina nunca de leer", y os juro que no lo entiendo. Es un libro frenético, con una prosa pulidísima, sin adornos, y con el que hasta el día de hoy es mi personaje favorito de la literatura: el Juez Holden, que nunca duerme, y que dice que nunca morirá. Cómo olvidar su frase, que tan bien lo definía, cuando le preguntaron por qué se esforzaba tanto en instruirse sobre cualquier cosa, aunque fuese sobre una simple flor que desconocía: Lo que escapa a mi conocimiento, escapa a mi consentimiento

EL EXTRANJERO | ALBERT CAMUS | Comprar libro 9788420669786
3 - El extranjero (Albert Camus)
Ah, El extranjero. Lo leí siendo un chaval edgy y me sentí terriblemente identificado con el personaje y su conflicto. Durante años la consideré mi novela favorita. Pero no lo incluyo en la lista sólo porque en su momento me sintiera identificado. Me gustaría resaltar algunos aspectos objetivos: el primero, lo bien escrito que está. También es cierto que la traducción influye: en mi caso, leí la traducción de José Ángel Valente, un poeta excelente que se esmeró en realizar una traducción cuidadísima en Alianza Editorial. Lo segundo, la estructura. Creo que fue la primera vez que me sorprendía la estructura de un libro. En la primera parte, pareciera que todo lo que sucede es irrelevante. Sin embargo, estamos colocando piezas de puzzle y no lo sabemos. Luego llega la segunda parte y todos esos anodinos paisajes que hemos contemplado durante la primera mitad del libro tienen relevancia en la trama, que no quiero decir en qué desemboca, de una manera fatal. Lo tercero, las implicaciones críticas y filosóficas del libro. Una situación en la que un hombre ha asesinado a otro hombre, y al final parecen no juzgarle por ello, sino que lo juzgan por el hecho de no haber derramado lágrimas en el funeral de su madre. Una novela excelente que cuenta muchísimas cosas en muy pocas páginas. 
Otro libro del autor perfecto para complementarlo es El mito de Sísifo

El Evangelio según Jesucristo - Wikipedia, la enciclopedia libre
4 - El Evangelio según Jesucristo (José Saramago)
He leído bastantes libros de Saramago y pensaba que no encontraría nunca un texto que me disgustase de él, hasta que leí La caverna. No es que sea un mal libro, pero se me hizo insoportablemente tedioso y largo para lo poco que te cuenta a la postre, su trasfondo resulta mucho más obvio que el resto de sus obras y parece que hiciera un esfuerzo por intentar calzar su estilo personal en una historia insustancial que no lo necesitaba. El caso es que ahora tengo miedo de lanzarme a descubrir otras obras suyas. El resto que he leído, eso sí, son todas altamente recomendables: Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez (que, por cierto, estoy seguro de que los que escribieron en la contraportada del libro en la edición de Debolsillo no lo habían leído), Las intermitencias de la muerte (uno de los libros con los mejores finales que he encontrado) y El hombre duplicado (con una genial adaptación cinematográfica de la mano de Villeneuve). Pero, por encima de todos ellos, está El evangelio según Jesucristo. Una novela que empieza, ya en las primeras páginas, cagándose en uno de los dogmas más importantes del cristianismo (que María era virgen), y que te cuenta una historia terriblemente humana, con personajes geniales, con un humor que no desentona en absoluto y con un tramo final que es la mayor sacada de p*lla que he leído en una novela. Da igual que seas ateo. Yo soy ateo; Saramago también lo era. Es más, la publicación de esta novela supuso tal escándalo para la iglesia que Saramago se tuvo que exiliar de Portugal y pasó el resto de sus años en Canarias. Si nunca has leído a Saramago, que no te asuste su forma única de escribir. Al principio cuesta hacerse, pero al final hace que la lectura sea mucho más fluida. 

EL ALEPH - BORGES JORGE LUIS - Sinopsis del libro, reseñas ...
5 - El Aleph / Ficciones (Jorge Luis Borges)
Sí, he vuelto a hacer trampa. Yo lo sé, vosotros lo sabéis y creo que a todos nos da igual. Prosigo. 
No sé ni por dónde empezar. Además, tampoco hay nada que yo pueda decir sobre Borges que suponga un aporte de cualquier clase. Es mi escritor favorito, y el escritor favorito de muchísima gente, y con razón. Sus cuentos, especialmente los que componen El Aleph y ficciones, son cuentos con una prosa pulidísima, en los que todo lo que se dice es esencial, con muchas capas y lecturas diferentes, y que se prestan a ser releídos una y otra vez, pues siempre encuentras en ellos algo nuevo que te había pasado desapercibido. Sin ir más lejos, tuve que leer el cuento titulado El Aleph unas cuatro veces hasta darme cuenta de que el cuento trataba de incesto y venganza. He puesto los dos libros porque me es imposible poner uno por encima del otro. Simplemente diré cuál es mi cuento favorito: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Me parece un texto insuperable en todos los sentidos. 
Me gustaría también mencionar la poesía completa de Borges. Es verdad que, desde el momento en el que perdió la vista, su lírica se vuelve más monótona y reiterativa, pero aún así me parece, también, de los mejores poetas que he tenido la suerte de leer. 
Los temas que toca Borges, tanto en su poesía como en sus cuentos, son temas tan enigmáticos como universales: La vida y la muerte, el tiempo, el infinito, el olvido y la inmortalidad, más como un castigo que como una bendición.

Reseña de Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza ( por Antonio ...
6 - Sin noticias de Gurb (Eduardo Mendoza)
Es el libro que me enganchó de verdad a la lectura. Hasta Sin noticias de Gurb, mi experiencia con los libros era la misma que podía tener viendo una película o una serie, es decir, que los libros eran simplemente un medio más del que recibir historias que me entretuviesen un poco, sin más. Pero Sin noticias de Gurb fue un libro diferente, y supuso para mí un punto de inflexión. Además, creo que fue la primera vez que, tras leer un libro, pensé, con cierta envidia, "ojalá lo hubiese escrito yo". Recuerdo que, en su momento, no me gustó el final. Era un crío, en primero o segundo de la eso, y hasta aquel momento todos los libros que había leído tenían finales claros, cerrados y que no dejaban lugar a interpretaciones. Después de releerlo en muchas ocasiones (es posible que sea el libro que más veces he releído) terminé apreciándolo mucho más. 

Crítica de Escucha la canción del viento. Pinball 1973 /Escolta la ...
7 - Escucha la canción del viento / Pinball 1973 (Haruki Murakami)
No he hecho realmente trampa, ya que estos dos libros vienen juntos en todas las ediciones en español y es como si fuesen una primera y segunda parte de una misma historia. A mí me gustaba muchísimo Murakami, luego me empezó a disgustar y ahora lo odio. El primer libro que leí, creo que todo el mundo es el primero que lee, fue Tokio Blues, y me gustó mucho. Es una historia muy nostálgica y creo que tiene una estructura muy superior al resto de sus novelas, que sin embargo vuelve a intentar en algunos de sus cuentos (Sobre el encuentro con una chica cien por cien perfecta en una soleada mañana del mes de abril), una estructura que te introduce casi sin que te des ni cuenta y que le aporta mucho valor y sentido a la obra en sí y a la historia como tal. Sin embargo, me gustó más Escucha la canción del viento y Pinball 1973. Tienen menos relleno y se contenía menos. Luego seguí leyendo otros títulos y me di cuenta de que se limitaba a repetir lo que él creía que había funcionado en esas historias y a añadirle un montón de relleno, de pretenciosidad y de lugares comunes. Seguí leyéndolo (he leído bastantes libros suyos), sólo para terminar descubriendo que el 80% de su obra consiste en autoparodiarse involuntariamente. Siempre me sorprende ver, en listas así, que la gente pone como su mejor libro a "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo". Jamás lo entenderé. Ése es, precisamente, el libro que me hizo odiar a Murakami definitivamente. Supongo que seguimos con el sesgo de que la longitud de una obra y su calidad son directamente proporcionales.

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8 - Misery (Stephen King)
Stephen King me entusiasmó durante el bachillerato y, quizá, los dos primeros años de la carrera, y leí muchísimos de sus libros, pero mi interés por él fue decayendo paulatinamente. No obstante, eso no me impide defender algunas de sus obras, del mismo modo que, aunque odie (de verdad, ya es odio) a Murakami, puedo decir que tiene grandes (no por longitud) textos . 
Misery es otro de esos libros en los que se forjó en mí un incipiente interés por la estructura. Fue el primero que leí de su autor y lo recuerdo con mucho cariño. Lo robé de la habitación en desuso de uno de mis tíos, en casa de mi abuela. Era una edición vieja, de impresión antigua, hojas amarillentas y en la encuadernación no había ninguna información más allá del título y el autor. No había ni reseña de prensa, ni sinopsis. Nada, salvo el dibujo de un hacha ensangrentada. Así que lo empecé a leer sin tener ni idea de qué me esperaba en aquellas páginas, como quien se lanza a una aventura. La experiencia fue genial. Además, por aquella época, estaba empezando a intentar escribir, o más bien a retomar la escritura después de un largo parón, y ese libro, en el que el protagonista escribía una novela dentro de la propia novela, un libro accesible pero a la vez cargado de metalenguaje y de un uso de la estructura muy inteligente, me ayudó y motivó muchísimo. A día de hoy sigue siendo mi novela favorita de King. 

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9 - Carta al padre (Franz Kafka)
No es una novela, sino una carta real que Kafka le escribió a su padre y que éste nunca llegó a leer. ¿Cómo llegué a esta obra? Bueno, lo cierto es que de Kafka sólo había leído La metamorfosis, y la tengo que releer porque a día de hoy seguramente sea mucho más permeable a ella que cuando lo hice por primera vez (cosa que también sospecho de Pedro Páramo). Me gustó bastante, pero no la aprecié todo lo que se suponía que debía haberla apreciado. Años después (tal vez cinco o seis) encontré un vídeo en el que Eduardo Mendoza explicaba por qué, según él, Kafka no era un buen escritor. No estuve de acuerdo. No porque criticase a Kafka, de quien al fin y al cabo sólo había leído La metamorfosis, sino porque las razones que daba en el vídeo me parecían una verdadera gilipollez. Fui a la sección de comentarios para ver qué opinaba la gente y encontré un comentario que me llamó la atención: "Sólo el primer párrafo de Carta al padre ya tiene más literatura que toda la obra completa de Eduardo Mendoza". Y la leí. Quizá sea una hipérbole afirmar eso, pero de lo que no hay duda es de que se trata de una prosa magistral, que te desgarra sin que te des cuenta. Expone ideas sobre relaciones, invalidación, miedo, ambivalencia... ideas complicadísimas de explicar, en definitiva, con una claridad  que ya quisieran manejar autores de psicología que escriben sobre los mismos temas. De hecho, esta es la única obra de la lista en la que realmente voy a decir que tienes que leerla, pero con un anexo: si eres psicólogo.
Ahora estoy leyendo sus cuentos completos y no me están decepcionando. Algún día releeré la metamorfosis, y tal vez me guste tanto como para dedicarle otra entrada aquí. 

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10 - La invención de Morel (Adolfo Bioy Casares)
Llegamos al número 10 con una obra que no sé si llamar novela, por su corta longitud, al igual que ocurre con Aura, de Carlos Fuentes, La perla de John Steinbeck o El perseguidor de Cortázar (tres obras que, por cierto, también recomiendo). Es una novela que Borges calificó de perfecta. No sé si lo es, pero, ciertamente, está muy cerca de mi idea de perfección. Es muy breve, pero dice mucho. La prosa es una de las más pulidas que hay en esta lista. La historia es interesantísima, y no te la ves venir. Y hay cierta poética en sus descripciones, sin ninguna floritura, y con detalles de genio, como en un fragmento en el que avanzaba en una edificación vacía y el eco de sus pasos lo hacía sentir multiplicadamente solo
No quiero contar más de esta novela, pues es brevísima y no creo que haya nadie que la lea y no le guste. La historia es absolutamente brillante y cualquier detalle que dé sobre ella arruinaría en parte la experiencia de leerla.

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11 - Los detectives salvajes (Roberto Bolaño)
He puesto Los detectives salvajes como podría haber puesto cualquier otra, pues todas son buenas, incluso la infravaloradísima La pista de hielo, incluso Amberes. También son buenísimos sus cuentos, y no deja de ser recomendable su poesía. Pero sí es cierto que, quizá, Los detectives salvajes sea la novela más adecuada para quien nunca se ha acercado a su estilo. Bolaño era un genio de la estructura, esto es un hecho. Tanto, que en ocasiones la propia estructura funciona como un personaje más de la novela. A mí, personalmente, me gusta más que 2666 (aunque ésta también me gusta mucho), pero suelo encontrar la opinión contraria en la mayoría de grupos de literatura que sigo. Me parece que 2666 tiende más al relleno y se agota más rápidamente en sus recursos que los detectives. También sé que Los detectives salvajes no es, ni mucho menos, una novela perfecta, pero me parece una obra única y muy disfrutable. Para quien busque algo más ligero, es muy recomendable Estrella distante y La literatura nazi en américa, así como algunos de sus cuentos. 

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12 - Buenas noches, Punpun (Inio Asano)
He escrito todo lo anterior del tirón, pero me he querido dar un pequeño descanso para hablar sobre Buenas noches, Punpun. Lo leí, por primera vez (pues hubo más veces), hace ya unos cuantos años. Aún no estaba de moda y no existía ninguna traducción oficial al español. Lo leí, completo, desde la pantalla de mi ordenador (y detesto leer por ordenador), desde una página latinoamericana con una traducción amateur que abundaba en regionalismos (por lo de latinoamericana) y faltas ortográficas (por lo de amateur). Y, aún y con todo, me gustó tanto que, cuando años después, tras ponerse de moda, Norma Editorial empezó a traducirlo y a maquetarlo, iba, cada mes y medio, a buscar el nuevo tomo para adquirirlo y leerlo de nuevo. Así, completé la colección y lo he releído algunas veces más. Nunca decepciona. Quizá a ratos se pase de edgy, pero hasta los más grandes poemas tienen versos que sobran, y hay que valorarlo en su conjunto y totalidad. En general, no me gustan las obras corales, pero todas las generalidades tienen sus excepciones. Todos los personajes tienen su historia, y al final, a modo de mosaico, todas esas historias individuales conforman un todo. Consigue que la tristeza impregne todo el relato, de principio a fin, de forma directa o indirecta, sin recurrir a estrategias manidas para evocarla, y está cargado de detalles, algunos de los cuales sólo se aprecian a la segunda o tercera lectura. En definitiva, una historia a la que vale la pena aproximarse y por la que a veces hay que dejarse llevar. 

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13 - Cuentos (Ernest Hemingway)
Ni Por quién doblan las campanas, ni Adiós a las armas. Lo bueno de Hemingway son sus cuentos y no hay discusión. Pero, no sé por qué, en esta mierda de listas, no falla, siempre recomiendan una de las dos novelas que he mencionado. ¿Por qué? Porque la gente no se toma en serio el cuento y esto me cabrea mucho. Pasa lo mismo con Salinger (os lo recordaré cuando lleguemos a él). La crítica especializada no, pero en general, lo que se respira en el aire, fuera del academicismo, es que el cuento es un género menor, que de ninguna forma pudiera hacerle sombra a la novela. Sin embargo, Borges nunca escribió una novela y a pesar de ello se le considera uno de los escritores más importantes, si no el más importante, del S. XX. En fin, Hemingway. Volvamos a Hemingway. 
Sus cuentos (y El viejo y el mar, que está en tierra de nadie, entre el cuento y la novela) son geniales. Sus novelas también son buenas, ojo, no digo que sean malas, pero entrar a listas como estas y que te recomienden sus novelas antes que sus cuentos o incluso antes que El viejo y el mar me parece poco menos que una broma. ¿Por qué digo esto? Porque lo relevante de su estilo, su gran aporte para la literatura, es la omisión. Cuando lees un cuento de Hemingway (salvo excepciones), tienes la sensación de que hay mucho más de lo que te han dejado ver. Tenía una teoría que decía que un cuento debe ser como un iceberg. El lector es quien va en el barco, y sólo ve la punta, pero el escritor, para derrumbar ese barco, debe tener en cuenta todo lo que hay bajo la superficie del agua. He aprendido mucho leyéndole. 

Nueve cuentos (El libro de bolsillo - Literatura): Amazon.es ...
14 - Nueve cuentos (J. D. Salinger)
De nuevo, las listas aquí se marcan un Hemingway. Todas las putas listas ponen El guardián entre el centeno, pero ninguna pone sus cuentos. ¿Por qué? Porque todos sabemos que las novelas molan y los cuentos son caca, acaso sólo aptos para niños incapaces de conciliar el sueño. Además, os diré algo: he conocido a mucha gente que ha leído El guardián entre el centeno y a muy pocos les ha gustado. A mí, personalmente, sí me gustó la novela. Me pareció bastante buena, de hecho, pero sus cuentos son infinitamente superiores. El estilo es muy parecido al de Hemingway: cuentos muy humanos, donde abunda el diálogo con más subtexto que texto, y donde se te muestra tan sólo una pequeña porción de lo que realmente hay. No quisiera contar nada de ningún cuento, porque sólo son nueve y son breves. Si os gustó El guardián entre el centeno, estos cuentos os gustarán mucho más. Si no os gustó la novela, quizá los cuentos os gusten, quizá no. Son muy diferentes. En cualquiera de los dos casos, yo les daría una oportunidad. 

El hombres sin talento (Gallographics): Amazon.es: Tsuge ...
15 - El hombre sin talento (Yoshiharu Tsuge)
Segundo y último manga de esta lista. No sé mucho sobre dibujo, así que no puedo hablar de estos aspectos. Me quedaré sólo con la historia. Trata, como su propio nombre indica, de un hombre sin talento. Lo único que le generó algunos ingresos fue dibujar manga, pero decide dejarlo, a pesar de que su mujer le diga que continúe con ello. Emprende una serie de proyectos sin ningún futuro para conseguir que su familia tuviese algo que llevarse a la boca. El más alocado de ellos: vender piedras. 
Tiene ese rollito japonés del cine de Akira Kurosawa o de autores como Yukio Mishima o Yasunari Kawabata. Pausado, melancólico, delicado y bello. ¿Lo mejor? Que se trata de un relato autobiográfico. Fue una de mis inspiraciones para escribir mi segundo libro, que reflexiona sobre cómo en la ficción todos los personajes siempre aprenden algo a lo largo de la historia, mientras que en la realidad pocas veces es así. También, de su autor, recomiendo otra pequeña historia titulada Días de paseo.

Pasado el otoño,
despojado de hojas, 
sigue siendo un ciruelo.

El llano en llamas eBook: Rulfo, Juan: Amazon.es: Tienda Kindle
16 - El llano en llamas (Juan Rulfo)
Como ya dije antes, tengo que releer Pedro Páramo, porque en una primera lectura rápida no pillé ni la mitad de lo que creo que el libro puede ofrecerme. De hecho, en una entrevista, el propio Juan Rulfo dijo que era un libro que había que leer más de una vez para entender, así que no me avergüenza admitirlo. Este libro de cuentos trata, en definitiva, la tristeza y la pobreza, o la tristeza de la pobreza. Muchas otras cosas también, pero eso es lo esencial. El mundo rural y cruel en el que se desarrolla cada pequeña historia no tiene piedad con sus personajes. Incluso uno de los cuentos, Luvina, trata de un pueblo donde habita la tristeza
El estilo de Juan Rulfo es inusual, ya que parece muy cotidiano, como si estuvieses escuchando a alguien hablar en un bar, y a la vez es muy literario, lo cual hace que su prosa sea tan bella como accesible, sin adornos innecesarios, sin excesos. Cuenta lo que tiene que contar, cosa que, aunque parezca sencilla, no se puede decir de la mayoría de escritores, y lo hace de la mejor forma posible. 

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17 - Fahrenheit 451 (Ray Bradbury)
Sí. Éste libro y el siguiente suelen estar en estas típicas listas (aunque suelo ver más los de George Orwell), pero bueno, yo también los meto. Fue el primer libro de Ray Bradbury que leí, luego le metí mano al Hombre ilustrado y algún día seguramente me pondré con Crónicas marcianas. Fahrenheit 451 tiene uno de mis personajes favoritos de la literatura, y también uno de los más efímeros: Clarisse McClellan. También me gusta mucho el personaje protagonista, Guy Montag, ya que no es el clásico arquetipo de personaje que desde un comienzo se plantea que las cosas están mal, o que está oprimido, sino que está en el bando opresor, aunque él ni lo sabe, porque el libro trabaja muy bien el tema de asumir las cosas culturalmente, lo que es otro gran punto a favor. No es que esté oprimido y se rebele contra el sistema, sino que él es el sistema. Pero a raíz de una serie de eventualidades, empieza a ver las cosas con otros ojos, y se da cuenta de algo: está solo. Hasta que descubre eso que hasta entonces había estado quemando sin preguntarse por qué: los libros. 
Esto último está muy en la línea de la siguiente obra:

UN MUNDO FELIZ | HUXLEY. ALDOUS | Comprar libro 9788497594257
18 - Un mundo feliz (Aldous Huxley)
De nuevo, otra distopía que también suele estar presente en este tipo de listas. En la anterior, el final era abierto, nada se solucionaba, pero había espacio para la esperanza. En este, sin embargo, no es así. El final es amargo y desesperanzador, como en Ensayo sobre la lucidez. Pero no pasa nada, ¿sabéis por qué? Porque en éste tenemos el soma. Y ya está. Ah, bueno, claro, que aquí no hay soma. Pero no pasa nada, tenemos los antidepresivos como sustituto. ¿Un libro adelantado a su tiempo? Yo digo:
Por cierto, este libro tiene una peli que no es exactamente una adaptación, pero está plagada de referencias a la novela. Se llama Demolition Man

El gran Gatsby - Alianza Editorial
19 - El gran Gatsby (F. Scott Fitzgerald)
Otro libro que le pasa como al Guardián entre el centeno: está en casi todas las listas, pero a casi nadie le gusta. Otra semejanza: dicen que Fitzgerald era mejor cuentista que novelista. Yo no lo sé, porque sólo he leído dos cuentos: Benjamin Button y La tarde de un escritor. Me parecieron buenos, el primero de ellos mucho más divertido de lo que esperaba. No he visto la película, porque después de ver la mierda de adaptación que hicieron con el Gran Gatsby se me quitaron las ganas. 
Este libro va sobre los trenes que han pasado y creemos que aún podemos coger. Sobre tenerlo todo y no tener nada. Sobre lo inútiles que son a veces nuestros actos. Me encanta cómo te cuenta una historia compleja sin caer en la sobreexplicación. Hay incluso un momento del libro en el que se nos muestra cómo es un personaje en relación a los demás sin decir ni una sola palabra descriptiva sobre él. Tan sólo, en un momento dado, alguien le pregunta qué le ocurre y él, al final del día, dice: Nada, es que acabo de recordar que hoy es mi cumpleaños. También me resulta interesante que el libro esté narrado en primera persona y que, aún así, el narrador no sea el protagonista de la historia. 

EL PABELLÓN NÚMERO 6 de CHEJOV, ANTON PAVLOVICH: Muy Bien Bolsillo ...
20 - El pabellón número 6 (Antón Chéjov)
Como psicólogo, puedo decir que ésta es la mejor ficción que he leído a nivel psicológico (Aún no he leído Walden Dos). Es buenísima. Podría extenderme, pero no quiero hacerlo, así que voy a dejar un vídeo en el que hablo sobre esta obra, y un podcast en el que hablo, junto con un compañero psicólogo, de la psicología que hay en tres obras: ésta, El hombre enfundado y El lobo estepario.

El final del juego: resumen, y todo lo que necesita saber
21 - Final del juego (Julio Cortázar)
Con Julio Cortázar fue con quien empecé a leer cuentos. El primero que leí fue Historias de Cronopios y de Famas, con sus manuales de instrucciones y sus ocupaciones raras, y me encantó. Era diferente a cualquier cosa que hubiese leído antes. Luego me lancé de cabeza a leer Rayuela, y también me gustó mucho. Finalmente, me leí sus cuentos completos. Los tiene mejores y peores, pero el nivel, en general, es alto. De todos sus libros de cuentos, mi favorito es Final del juego. Creo que sus cuentos más perfectos están ahí. Para alguien que no lea cuento y quiera iniciarse en el género, éste me parece sin duda el libro más adecuado para hacerlo.


Las flores del mal - Alianza Editorial
22 - Las flores del mal (Charles Baudelaire) 
Los últimos tres van a ser poesía (aunque ya he recomendado antes la poesía completa de Borges). 
En mi ciudad se celebraban, un jueves al mes, una tarde poética en la que una cafetería invitaba a un poeta y a un músico. La primera vez que fui, lo hice por el músico, Lumaga, que es mi amigo, pero no conocía al poeta, Benjamín Prado. Dylan acababa de ganar el Premio Nobel y Benjamín estaba contentísimo, cosa que nos transmitió a todos, a pesar de que uno de sus poemas, una larga conversación con su madre, que había fallecido hacía poco, nos sacó las lágrimas sin excepción. Me gustó muchísimo y a día de hoy me arrepiento de no haber comprado el pequeño poemario ahí mismo para poder llevármelo firmado. De hecho, unos días después me saqué de la biblioteca una antología de su obra poética y la disfruté bastante, aunque por aquel entonces yo apenas había leído poesía.
Continué yendo a aquellas tardes. A Prado lo siguió otro poeta mayor, bastante bueno, pero más olvidable. Ya no recuerdo su nombre. Al mes siguiente lo siguió otro algo más mediocre como poeta, aunque sus ideas eran interesantes. Al cuarto mes, el poeta invitado era, directamente, malo. Aquella tarde salí de ahí sintiéndome poco menos que estafado. Llevaba tres meses queriendo acercarme a buena poesía y cada mes había sido más decepcionante que el anterior. Así, me fui a una librería. Quedaba menos de una hora para que cerrase. Me encaminé directamente (era la primera vez que así lo hacía) hacia la sección de poesía y, después de un vistazo general, me decidí por Las flores del mal. El nombre era muy atractivo y, además, lo había escuchado un montón de veces. Leía las poesías, no entendía ni media mierda, las volvía a releer. A pesar de que me costaba mucho entenderlas, se adivinaba su belleza y oscuridad. Dejaban un poso en mí. Tuve la suerte de escoger la editorial de Alianza; mucho tiempo después me enteré de que la mejor traducción era esa, pero yo la había escogido por pura casualidad. Recuerdo una que me gustó especialmente: El albatros. Luego comprendí que leer poesía en mayúsculas, una poesía tan alta como aquella, era como aprender a leer de nuevo, como aprender un lenguaje por primera vez. Poco a poco fui descubriendo ideas nuevas, maneras de referirse a las cosas que jamás se me habrían imaginado. Saqué muchísimo de Las flores del Mal, y de vez en cuando lo abro al azar y releo algún poema. Y, desde aquel libro, comencé de verdad a leer poesía.

MARINERO EN TIERRA | RAFAEL ALBERTI | Comprar libro 9788470303869
23 - Marinero en tierra (Rafael Alberti) 
De Alberti me he leído casi toda su obra poética, pero Marinero en tierra sigue siendo mi favorito. Son poemas cortos, que se prestan a ser recitados, sencillos y efectivos. Algunos de ellos, de hecho, los memoricé por gusto, como ya había hecho con otros de Antonio Machado y Lorca. Por cierto, una curiosidad sobre Poeta en Nueva York, de Lorca. Tenía una edición de bolsillo que llevaba siempre en el bolsillo, como su nombre indica. Pero la perdí. ¿Dónde? En un autobús interurbano. Se debió quedar en el asiento y jamás la recuperé. Me parece algo muy poético y apropiado, en relación, claro, con el contenido del propio poemario. 

POESIA COMPLETA | ALEJANDRA PIZARNIK | Comprar libro 9788426403803
24 - Poesía completa (Alejandra Pizarnik)
Para alguien que quiera empezar a leer poesía (tampoco es que sea yo un experto, la verdad, así que no me hagáis demasiado caso) le recomendaría que se adentrase leyendo a Pizarnik. Concretamente, Árbol de Diana, pero cualquier poemario suyo es bueno. Consigue crear, con el lenguaje, imágenes complejísimas de aspectos imposibles de expresar. 


Explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome. 


25 - César Aira (En general)
César Aira es un cachondo, pero es un cachondo con calidad. Tiene una prosa pulida, muy pulida, más que Cortázar, le duela a quien le duela. Sus novelas son breves, sus tramas erráticas, sus temáticas un cajón de sastre, pero leerlo es siempre un verdadero placer y a ratos una experiencia única. Nunca sabes por dónde te va a salir, y cada frase está elaborada con un cuidado y un cariño por la literatura, por la buena literatura, que leer a Aira es aprender a escribir. También me gusta mucho como ensayista. Una gran cantidad gente lo odia por su faceta de crítico. Es una pena, la verdad, porque se están perdiendo a un prosista del más alto nivel. Dijo Carlos Fuentes, como una pequeña broma para devolverle un favor, o más bien una apreciación generosa (en una de sus novelas, Aira escribió sobre un ejército de genios, y el protagonista, para crear tal ejército, había decidido clonar a Carlos Fuentes), que César Aira ganaría el Premio Nobel en 2021. Sólo queda un año, y me gusta creer que la profecía se va a cumplir. Que lo gane Aira. O que lo gane McCarthy. Pero, pase lo que pase, por favor, que no lo gane Murakami.

Aira y su libro número 100: ¿qué se puede hacer salvo escribir ...




Manuel Murillo de las Heras.