martes, 14 de abril de 2020

Nina Yershova, autora del poema perfecto


Nina Yershova (Vladivostok, 3 de octubre de 1953 — Sintra, 19 de noviembre de 1995) fue una cuentista, ensayista y poeta rusa, conocida principalmente por haber escrito el poema perfecto. Algunos críticos la consideran una autora de culto dentro de la literatura soviética, por la influencia de su obra a pesar de su brevedad. Otros, sin embargo, mantienen que la mayoría de su producción literaria, en especial su poema perfecto, no fue más que un mal chiste. A día de hoy, la mayor parte de sus escritos se encuentran sin traducir, y en Rusia no hay actualmente ninguna editorial que distribuya sus libros. El lector occidental sólo podrá acercarse a su obra mediante un cuento, titulado “El ruiseñor que odiaba la ópera”, que se encuentra en una antología sobre cuentistas menores del Moscú de los años 70, de pobre traducción y descatalogada en España y la mayoría de países latinoamericanos desde el año 2005, si bien aún puede ser encontrada en algunas tiendas de segunda mano de carácter virtual. El resto de sus traducciones al español tienen carácter fragmentario y sólo están disponibles en los catálogos destinados a trabajos académicos de algunas universidades.
De la infancia y adolescencia de Yershova en Vladivostok es poco lo que se sabe, y la información que ella misma proporcionó en algunos artículos autobiográficos y entrevistas abunda en contradicciones. A veces decía que nunca había conocido a su padre, otras que su padre le leía los cuentos de Chéjov cada noche hasta que ella hubo aprendido a leer. Unas veces decía que había crecido junto a ocho hermanos; otras que había sido hija única. El punto a partir del cual no hay contradicciones es el viaje que emprende desde Vladivostok a Moscú a los 18 años, únicamente para asistir al taller literario de Yaroslav Smelyakov. Sube al Transiberiano con poco equipaje: varias libretas, un poemario de Anna Ajmátova, el Manifiesto del Partido Comunista y abundante ropa de abrigo. Una vez en Moscú, se entera de que el taller de Yaroslav Smelyakov ya no existe y, pocos meses después, tras intentar dar con él para recibir, de primera mano, algún consejo que le permita empezar a escribir, tiene noticia de su muerte. Este hecho la inspira para redactar su primer cuento o, al menos, el primero que fue publicado: “Un viaje a ninguna parte”. Este cuento, ya desde su título, deja adivinar la ironía que anegará gran parte de su obra.
Víctor, el protagonista del cuento, es un niño que, en 1896, abandona la granja en la que trabajaba su familia, en Tolyatti, al malinterpretar un comentario de su padre: ésta es la peor leche de toda Rusia, había dicho el padre. El niño, inocente, que no había oído el contexto de la conversación y no había podido entender que leche, para su padre, era una forma de nombrar a los frutos de su trabajo, entendió que su progenitor, en lugar de estar criticando el problema de la precariedad estructural, estaba afirmando que la causa de su pobreza era la calidad de las vacas que les habían tocado. Así, el niño se marcha sin decir adiós. No lo considera necesario, pues lo más importante del viaje es regresar. El viaje en sí, aparentemente épico, coquetea con la sátira constante, y la estructura de sus frases contienen una belleza y una tristeza que posteriormente perfeccionaría en su poesía. Recorre Rusia entera en busca de una vaca que pueda sacar de la pobreza a su familia. En 1908, el niño, que ya no es un niño, pero que necesita de su inocencia para dotar de sentido a todo el camino que lleva recorrido, encuentra a un hombre con un traje carísimo, zapatos de piel y un aspecto saludable, que es la envidia de todos los rostros macilentos que lo observan en medio de la plaza. El hombre tiene varias vacas y asegura que su leche produce milagros. Tan sólo hay que ordeñarlas, dice, beber su exquisita leche, y la fortuna llamará a sus puertas. Víctor, que apenas tiene dinero, intenta negociar con el hombre de las vacas milagrosas, pero no consigue nada. Sin embargo, otro hombre, que ha escuchado la conversación, engatusa a Víctor para llevar a cabo un trabajo por el que podría cobrar muy bien. Así, Víctor, sin saber a quién le hunde el puñal, cobra una millonada por el asesinato cometido (en el cuento, en ningún momento se hace saber a quién asesinó) y se lo gasta todo en comprar la Vaca Milagrosa. Una vez con su vaca, emprende el camino de regreso, que resulta ser más duro, más frío y más doloroso que el viaje de búsqueda. Víctor intenta con todas sus fuerzas que la vaca no enferme, que la vaca no pase hambre. Llega incluso a cubrirla con sus propias ropas durante una fría noche en Norilsk. Víctor, que está muy enfermo, llega por fin a Tolyatti. Cualquier hombre habría muerto durante el viaje, pero el fuerte deseo de sacar a su familia de la pobreza lo mantiene con vida hasta el final. Sus padres, al verlo llegar, gris, emaciado, y siendo ya un adulto, no lo reconocen. Víctor les cuenta la hazaña. Les dice que ha encontrado la Vaca Milagrosa que los sacará de la pobreza. Los padres palidecen al oír el precio al que adquirió la vaca, una cantidad de dinero con la que ninguno de los dos se había atrevido siquiera a soñar. Víctor muere con una sonrisa, la segunda noche tras su regreso, sabiendo que ha sacado a su familia de la pobreza para siempre. Es una suerte que no se haya dado cuenta de que la marca de la vaca es la de esta granja, le dice el padre a la madre esa noche. Al menos, ha muerto feliz, dice la madre. Luego acarician a la vaca, que habían vendido años atrás por una miseria al hombre que había cobrado una millonada por revendérsela a su hijo. A la noche siguiente, unos hombres que habían ido tras la pista de Víctor en busca de venganza, llegan a la granja de Tolyatti. Ante la imposibilidad de consumar la venganza con el propio Víctor, matan a su familia, roban las vacas y queman la granja.
El cuento tiene buena aceptación, pero los siguientes, más cortos y menos imaginativos, pasan sin pena ni gloria por algunos periódicos locales, y la mayoría son rápidamente ignorados.
Nina Yershova pasa seis años trabajando en granjas colectivas y su producción literaria durante esa época consiste, principalmente, en poesía. La mayoría de sus composiciones poéticas, sin embargo, no sobreviven a un incendio que asoló parte de una de las granjas en las que trabajaba en aquel momento, en abril de 1978. La mayoría de críticos afirman que este hecho fue el que más la inspiró a la hora de crear su poema perfecto. Con los poemas que sobrevivieron al incendio, en 1979, publicó un modesto poemario titulado “Las fértiles cenizas”. No tuvo mucho éxito.
En 1980 la contacta Y. Nekrasova, directora de la revista Líneas torcidas de Moscú, especializada en literatura emergente y crítica literaria. Nekrasova había sido alumna predilecta de Mijaíl Isakovski y en la carta le comunica a Yershova que había visto mucho potencial en sus cuentos, los que gustosamente había ido recopilando desde las diferentes revistas y periódicos en los que se habían publicado. Según lo que dice la carta, Nekrasova ni siquiera sabe que Nina Yershova también escribe poesía. En la misiva le ofrece un puesto de becaria en su revista, para dedicarse a escribir artículos en los que podrá pulir todavía más su prosa.
Los siguientes diez años son, para Nina Yershova, los de mayor producción literaria. Cultiva también el género del ensayo. Uno de estos textos, que versa sobre la necesidad social de volver a instaurar el Zhenotdel, es ampliamente comentado, no sólo en el ámbito académico sino también en el popular. Se casa con un editor en 1982, para divorciarse en 1986. Este hecho inspira el que seguramente sea su segundo poema más famoso (y el primero más leído), “El río”. Se trata de un poema largo y desigual, pero que, en general, fue celebrado por el escaso público y la crítica a la que llegaban sus obras. Abundaba en versos de corte autobiográfico, que parecían ser una respuesta directa a alguna conversación, que jamás fue revelada, entre ella y su exmarido:

Tú, amor, que me reprochabas nadar en el río
gris, tan gris que te asustaba
que no hubiese agua, de tan cristalino.
[…]
pero, amor, el agua se ha hecho desierto,
la nieve se ha hecho cenizas,
el tiempo se ha hecho conmigo,
con estos versos que querían
decirte otra cosa,

pero, amor, el amor se ha hecho vacío1

Es tras la publicación del poemario homónimo que incluía este poema, tras haber despertado el interés tanto del público como de la crítica, cuando anuncia que lleva cinco años escribiendo el poema perfecto. El escepticismo recorre tanto a lectores como a escritores, como un reguero de pólvora. Algunos, familiarizados con el tono irónico de su obra, ríen ante la idea y esperan, ansiosos, a que el poema se publique. No obstante, Yershova alega, en múltiples ocasiones subsiguientes, que la perfección de su poema va totalmente en serio. La idea se califica de hipérbole idealista, se le tacha de ególatra y hay quien afirma que se ha vuelto completamente loca. Con todo, durante años, mientras la autora mantiene el misterio comentando las correcciones que no deja de realizar sobre su poema, en busca de la perfección, se habla de Nina Yershova, a raíz de algo que no está publicado, y que nadie puede afirmar que siquiera esté escrito, más de lo que se ha hablado de ella desde que comenzó a escribir.
El 16 de Julio de 1991 se publica una modesta nota de prensa en la mayoría de periódicos de Moscú: aquella tarde, a las siete, Nina Yershova presentaría el poema perfecto en la Biblioteca Lenin.
Es mucha la gente que acude, una cantidad inusitada para una autora cuyas obras previas se han movido en círculos tan reducidos: Acuden la gran mayoría de sus lectores (que no son muchos), críticos, editores (la editorial de su exmarido envía a uno de sus redactores en su nombre), un gran número de escritores, académicos y teóricos de la lengua. El salón donde se celebra la presentación, quizá una de las presentaciones de poesía más breves de la historia, se halla completamente abarrotado.
Nina Yershova se encuentra en pie, frente a todos ellos, únicamente con un par de folios impresos. Aquí está escrito el poema perfecto, dice. Gira los folios y muestra las líneas a todos los asistentes durante unos pocos segundos; nadie puede leer una sola palabra en la distancia. Seguidamente, les prende fuego a los folios con la ayuda de un mechero. Nadie entiende qué está ocurriendo. Hay murmullos, alguien pregunta qué está haciendo, pero Yershova sólo contempla cómo las llamas consumen los papeles a gran velocidad. Aquí estaba escrito el poema perfecto, dice, y ésta era la única copia existente.
Ante aquella última declaración la gente reacciona y se levanta para intentar apagar las llamas. Yershova ya ha soltado el poema, pues se ha quemado los dedos. Entre varias personas intentaron contener el fuego, pero ya sólo queda ceniza y trozos de papel ennegrecido con algunas palabras sueltas. Algo debía decir de la luna y del tiempo, que de algún modo conducían a imposibilidades unos versos más abajo. Una de las palabras legibles que cerraban el texto era viento. La otra, calcetines. Ni una sola palabra más se pudo salvar.
El mundo literario le vuelve la espalda. El acto, lejos de ser considerado subversivo, es tachado de arrogante e irrespetuoso. La Biblioteca Lenin la nombra persona non grata. En noviembre de 1991, debido al fallecimiento de Nekrasova y ante la creciente inestabilidad social, cierra Líneas torcidas. En enero de 1992, tras la disolución de la Unión Soviética, Nina Yershova abandona Rusia para no volver jamás.
Pasa sus tres últimos años recorriendo Europa. Sin residencia fija, vive algunos meses en Riga, casi un año en Bucarest. A su paso por Hungría publica un breve ensayo que nadie familiarizado con su obra lee hasta varios años después de su muerte. En el ensayo, titulado “Sobre el poema que no pudo ser y fue”, la escritora diserta sobre cómo la perfección es un valor imposible de entender en el mismo plano que la objetividad. Para Yershova, la perfección sólo puede entenderse desde un punto de vista subjetivo e individual.

El poema, […], fue perfecto antes de escribirse, desde el mismo momento en el que fue planteado como idea y la idea fue sembrada en cada uno de los individuos que posteriormente asistieron a la presentación. En el momento en el que las llamas consumían los versos, en la mente de cada uno, al saberlo irrecuperable, se trazó la idea de cómo sería, para ellos, el poema perfecto, que, aunque es un valor subjetivo, es también singular e inamovible, ya que algo no puede ser perfecto si es susceptible de serlo de otra forma. […] El poema fue, en ese instante, todos los poemas que cada uno había imaginado perfectos, y a la vez ninguno de ellos. Luego fue fuego. Luego fue nada, y no puede existir nada más perfecto.2

Actualmente, se considera a la última frase de este fragmento de Sobre el poema que no pudo ser y fue la línea más representativa de las dos características más importantes de su obra: la tristeza y la ironía.
Muere agonizando en una ambulancia de Sintra, a finales de 1995, tras ser atropellada por un conductor borracho que mató a seis personas más en una sola calle. Deja a medio escribir un ensayo político, sin título aún, sobre el papel de la Coalición Democrática Unitaria en la realidad social de Portugal y su futuro, que nunca llegó a vaticinar por escrito. El manuscrito inacabado es todo cuanto encuentran en su bolso.
Se dice que, en su lecho de muerte, recitó, palabra por palabra, el poema perfecto. La enfermera que la atendía reconoció la melodía de su voz, la manera tan singular de agrupar las sílabas para formar unos versos con ritmo, la solemnidad en su rostro, claro indicio de que lo que decía era algo de suma importancia. Todo esto fue lo que refirió la enfermera en el parte de su defunción. Sin embargo, la joven sólo hablaba portugués, y algo de español, por lo que no pudo entender ni una sola de sus palabras. 


1Traducción de José Ángel Leiva, Ediciones Cumbre, 1997.
2Traducción de Celsa Carrión Miranda, Anacleto Morones Editorial, 1999.




Este cuento ha sido publicado en
Revista Almiar.
Manuel Murillo de las Heras.

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