Nina
Yershova (Vladivostok, 3 de octubre de 1953 — Sintra, 19 de noviembre de 1995) fue
una cuentista, ensayista y poeta rusa, conocida principalmente por haber
escrito el poema perfecto. Algunos críticos la consideran una autora de culto
dentro de la literatura soviética, por la influencia de su obra a pesar de su
brevedad. Otros, sin embargo, mantienen que la mayoría de su producción
literaria, en especial su poema perfecto, no fue más que un mal chiste. A día
de hoy, la mayor parte de sus escritos se encuentran sin traducir, y en Rusia
no hay actualmente ninguna editorial que distribuya sus libros. El lector
occidental sólo podrá acercarse a su obra mediante un cuento, titulado “El ruiseñor
que odiaba la ópera”, que se encuentra en una antología sobre cuentistas
menores del Moscú de los años 70, de pobre traducción y descatalogada en España
y la mayoría de países latinoamericanos desde el año 2005, si bien aún puede
ser encontrada en algunas tiendas de segunda mano de carácter virtual. El resto
de sus traducciones al español tienen carácter fragmentario y sólo están disponibles en los catálogos
destinados a trabajos académicos de algunas universidades.
De
la infancia y adolescencia de Yershova en Vladivostok es poco lo que se sabe, y
la información que ella misma proporcionó en algunos artículos autobiográficos
y entrevistas abunda en contradicciones. A veces decía que nunca había conocido
a su padre, otras que su padre le leía los cuentos de Chéjov cada noche hasta
que ella hubo aprendido a leer. Unas veces decía que había crecido junto a ocho
hermanos; otras que había sido hija única. El punto a partir del cual no hay
contradicciones es el viaje que emprende desde Vladivostok a Moscú a los 18
años, únicamente para asistir al taller literario de Yaroslav Smelyakov. Sube
al Transiberiano con poco equipaje: varias libretas, un poemario de Anna
Ajmátova, el Manifiesto del Partido Comunista y abundante ropa de abrigo. Una
vez en Moscú, se entera de que el taller de Yaroslav Smelyakov ya no existe y,
pocos meses después, tras intentar dar con él para recibir, de primera mano,
algún consejo que le permita empezar a escribir, tiene noticia de su muerte.
Este hecho la inspira para redactar su primer cuento o, al menos, el primero
que fue publicado: “Un viaje a ninguna parte”. Este cuento, ya desde su
título, deja adivinar la ironía que anegará gran parte de su obra.
Víctor,
el protagonista del cuento, es un niño que, en 1896, abandona la granja en la
que trabajaba su familia, en Tolyatti, al malinterpretar un comentario de su
padre: ésta es la peor leche de toda Rusia, había dicho el padre. El
niño, inocente, que no había oído el contexto de la conversación y no había
podido entender que leche, para su padre, era una forma de nombrar a los
frutos de su trabajo, entendió que su progenitor, en lugar de estar
criticando el problema de la precariedad estructural, estaba afirmando que la
causa de su pobreza era la calidad de las vacas que les habían tocado. Así, el
niño se marcha sin decir adiós. No lo considera necesario, pues lo más
importante del viaje es regresar. El viaje en sí, aparentemente épico, coquetea
con la sátira constante, y la estructura de sus frases contienen una belleza y
una tristeza que posteriormente perfeccionaría en su poesía. Recorre Rusia
entera en busca de una vaca que pueda sacar de la pobreza a su familia. En
1908, el niño, que ya no es un niño, pero que necesita de su inocencia para
dotar de sentido a todo el camino que lleva recorrido, encuentra a un hombre
con un traje carísimo, zapatos de piel y un aspecto saludable, que es la
envidia de todos los rostros macilentos que lo observan en medio de la plaza.
El hombre tiene varias vacas y asegura que su leche produce milagros. Tan sólo
hay que ordeñarlas, dice, beber su exquisita leche, y la fortuna llamará a sus
puertas. Víctor, que apenas tiene dinero, intenta negociar con el hombre de las
vacas milagrosas, pero no consigue nada. Sin embargo, otro hombre, que ha
escuchado la conversación, engatusa a Víctor para llevar a cabo un trabajo por
el que podría cobrar muy bien. Así, Víctor, sin saber a quién le hunde el
puñal, cobra una millonada por el asesinato cometido (en el cuento, en ningún
momento se hace saber a quién asesinó) y se lo gasta todo en comprar la Vaca
Milagrosa. Una vez con su vaca, emprende el camino de regreso, que resulta ser
más duro, más frío y más doloroso que el viaje de búsqueda. Víctor intenta con
todas sus fuerzas que la vaca no enferme, que la vaca no pase hambre. Llega
incluso a cubrirla con sus propias ropas durante una fría noche en Norilsk.
Víctor, que está muy enfermo, llega por fin a Tolyatti. Cualquier hombre habría
muerto durante el viaje, pero el fuerte deseo de sacar a su familia de la
pobreza lo mantiene con vida hasta el final. Sus padres, al verlo llegar, gris,
emaciado, y siendo ya un adulto, no lo reconocen. Víctor les cuenta la hazaña.
Les dice que ha encontrado la Vaca Milagrosa que los sacará de la pobreza. Los
padres palidecen al oír el precio al que adquirió la vaca, una cantidad de
dinero con la que ninguno de los dos se había atrevido siquiera a soñar. Víctor
muere con una sonrisa, la segunda noche tras su regreso, sabiendo que ha sacado
a su familia de la pobreza para siempre. Es una suerte que no se haya dado
cuenta de que la marca de la vaca es la de esta granja, le dice el padre a la
madre esa noche. Al menos, ha muerto feliz, dice la madre. Luego acarician a la
vaca, que habían vendido años atrás por una miseria al hombre que había cobrado
una millonada por revendérsela a su hijo. A la noche siguiente, unos hombres
que habían ido tras la pista de Víctor en busca de venganza, llegan a la granja
de Tolyatti. Ante la imposibilidad de consumar la venganza con el propio
Víctor, matan a su familia, roban las vacas y queman la granja.
El
cuento tiene buena aceptación, pero los siguientes, más cortos y menos
imaginativos, pasan sin pena ni gloria por algunos periódicos locales, y la
mayoría son rápidamente ignorados.
Nina
Yershova pasa seis años trabajando en granjas colectivas y su producción
literaria durante esa época consiste, principalmente, en poesía. La mayoría de
sus composiciones poéticas, sin embargo, no sobreviven a un incendio que asoló
parte de una de las granjas en las que trabajaba en aquel momento, en abril de
1978. La mayoría de críticos afirman que este hecho fue el que más la inspiró a
la hora de crear su poema perfecto. Con los poemas que sobrevivieron al
incendio, en 1979, publicó un modesto poemario titulado “Las fértiles
cenizas”. No tuvo mucho éxito.
En
1980 la contacta Y. Nekrasova, directora de la revista Líneas torcidas de
Moscú, especializada en literatura emergente y crítica literaria. Nekrasova
había sido alumna predilecta de Mijaíl Isakovski y en la carta le comunica a
Yershova que había visto mucho potencial en sus cuentos, los que gustosamente
había ido recopilando desde las diferentes revistas y periódicos en los que se
habían publicado. Según lo que dice la carta, Nekrasova ni siquiera sabe que
Nina Yershova también escribe poesía. En la misiva le ofrece un puesto de
becaria en su revista, para dedicarse a escribir artículos en los que podrá
pulir todavía más su prosa.
Los
siguientes diez años son, para Nina Yershova, los de mayor producción
literaria. Cultiva también el género del ensayo. Uno de estos textos, que versa
sobre la necesidad social de volver a instaurar el Zhenotdel, es ampliamente
comentado, no sólo en el ámbito académico sino también en el popular. Se casa
con un editor en 1982, para divorciarse en 1986. Este hecho inspira el que
seguramente sea su segundo poema más famoso (y el primero más leído), “El
río”. Se trata de un poema largo y desigual, pero que, en general, fue
celebrado por el escaso público y la crítica a la que llegaban sus obras.
Abundaba en versos de corte autobiográfico, que parecían ser una respuesta
directa a alguna conversación, que jamás fue revelada, entre ella y su
exmarido:
“Tú,
amor, que me reprochabas nadar en el río
gris,
tan gris que te asustaba
que
no hubiese agua, de tan cristalino.
[…]
pero,
amor, el agua se ha hecho desierto,
la
nieve se ha hecho cenizas,
el
tiempo se ha hecho conmigo,
con
estos versos que querían
decirte
otra cosa,
pero,
amor, el amor se ha hecho vacío”1
Es
tras la publicación del poemario homónimo que incluía este poema, tras haber
despertado el interés tanto del público como de la crítica, cuando anuncia que
lleva cinco años escribiendo el poema perfecto. El escepticismo recorre tanto a
lectores como a escritores, como un reguero de pólvora. Algunos, familiarizados
con el tono irónico de su obra, ríen ante la idea y esperan, ansiosos, a que el
poema se publique. No obstante, Yershova alega, en múltiples ocasiones subsiguientes,
que la perfección de su poema va totalmente en serio. La idea se califica
de hipérbole idealista, se le tacha de ególatra y hay quien afirma que
se ha vuelto completamente loca. Con todo, durante años, mientras la autora
mantiene el misterio comentando las correcciones que no deja de realizar sobre
su poema, en busca de la perfección, se habla de Nina Yershova, a raíz de algo
que no está publicado, y que nadie puede afirmar que siquiera esté escrito, más de lo que se ha hablado de ella desde que comenzó a escribir.
El
16 de Julio de 1991 se publica una modesta nota de prensa en la mayoría de
periódicos de Moscú: aquella tarde, a las siete, Nina Yershova presentaría el
poema perfecto en la Biblioteca Lenin.
Es
mucha la gente que acude, una cantidad inusitada para una autora cuyas obras
previas se han movido en círculos tan reducidos: Acuden la gran mayoría de sus
lectores (que no son muchos), críticos, editores (la editorial de su exmarido envía
a uno de sus redactores en su nombre), un gran número de escritores, académicos
y teóricos de la lengua. El salón donde se celebra la presentación, quizá una
de las presentaciones de poesía más breves de la historia, se halla
completamente abarrotado.
Nina
Yershova se encuentra en pie, frente a todos ellos, únicamente con un par de
folios impresos. Aquí está escrito el poema perfecto, dice. Gira los folios y muestra
las líneas a todos los asistentes durante unos pocos segundos; nadie puede leer
una sola palabra en la distancia. Seguidamente, les prende fuego a los folios
con la ayuda de un mechero. Nadie entiende qué está ocurriendo. Hay murmullos,
alguien pregunta qué está haciendo, pero Yershova sólo contempla cómo las
llamas consumen los papeles a gran velocidad. Aquí estaba escrito el poema
perfecto, dice, y ésta era la única copia existente.
Ante
aquella última declaración la gente reacciona y se levanta para intentar apagar
las llamas. Yershova ya ha soltado el poema, pues se ha quemado los dedos.
Entre varias personas intentaron contener el fuego, pero ya sólo queda ceniza y
trozos de papel ennegrecido con algunas palabras sueltas. Algo debía decir de
la luna y del tiempo, que de algún modo conducían a imposibilidades unos
versos más abajo. Una de las palabras legibles que cerraban el texto era viento.
La otra, calcetines. Ni una sola palabra más se pudo salvar.
El
mundo literario le vuelve la espalda. El acto, lejos de ser considerado
subversivo, es tachado de arrogante e irrespetuoso. La Biblioteca Lenin la
nombra persona non grata. En noviembre de 1991, debido al fallecimiento de
Nekrasova y ante la creciente inestabilidad social, cierra Líneas torcidas.
En enero de 1992, tras la disolución de la Unión Soviética, Nina Yershova
abandona Rusia para no volver jamás.
Pasa
sus tres últimos años recorriendo Europa. Sin residencia fija, vive algunos
meses en Riga, casi un año en Bucarest. A su paso por Hungría publica un breve
ensayo que nadie familiarizado con su obra lee hasta varios años después de su
muerte. En el ensayo, titulado “Sobre el poema que no pudo ser y fue”, la
escritora diserta sobre cómo la perfección es un valor imposible de entender en
el mismo plano que la objetividad. Para Yershova, la perfección sólo puede
entenderse desde un punto de vista subjetivo e individual.
“El
poema, […], fue perfecto antes de escribirse, desde el mismo momento en el que
fue planteado como idea y la idea fue sembrada en cada uno de los individuos
que posteriormente asistieron a la presentación. En el momento en el que las
llamas consumían los versos, en la mente de cada uno, al saberlo irrecuperable,
se trazó la idea de cómo sería, para ellos, el poema perfecto, que, aunque es
un valor subjetivo, es también singular e inamovible, ya que algo no puede ser
perfecto si es susceptible de serlo de otra forma. […] El poema fue, en ese
instante, todos los poemas que cada uno había imaginado perfectos, y a la vez
ninguno de ellos. Luego fue fuego. Luego fue nada, y no puede existir nada
más perfecto.”2
Actualmente,
se considera a la última frase de este fragmento de Sobre el poema que no
pudo ser y fue la línea más representativa de las dos características más
importantes de su obra: la tristeza y la ironía.
Muere
agonizando en una ambulancia de Sintra, a finales de 1995, tras ser atropellada
por un conductor borracho que mató a seis personas más en una sola calle. Deja
a medio escribir un ensayo político, sin título aún, sobre el papel de la
Coalición Democrática Unitaria en la realidad social de Portugal y su futuro,
que nunca llegó a vaticinar por escrito. El manuscrito inacabado es todo cuanto
encuentran en su bolso.
Se
dice que, en su lecho de muerte, recitó, palabra por palabra, el poema
perfecto. La enfermera que la atendía reconoció la melodía de su voz, la manera
tan singular de agrupar las sílabas para formar unos versos con ritmo, la
solemnidad en su rostro, claro indicio de que lo que decía era algo de suma
importancia. Todo esto fue lo que refirió la enfermera en el parte de su
defunción. Sin embargo, la joven sólo hablaba portugués, y algo de español, por
lo que no pudo entender ni una sola de sus palabras.
1Traducción
de José Ángel Leiva, Ediciones Cumbre, 1997.
2Traducción
de Celsa Carrión Miranda, Anacleto Morones Editorial, 1999.
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