lunes, 28 de octubre de 2019

El poeta


La noche es fría. De no ser por el aguanieve que golpea los ventanales, la cafetería estaría en absoluto silencio: ya no hay clientes y la música que había programada en el reproductor ha terminado; es hora de cerrar. 
La puerta se abre de pronto y un hombre entra por ella. Va empapado, pues no lleva paraguas ni capucha. Una vez cerrada la puerta, dedica medio minuto a restregar el calzado en el felpudo y se sienta en una mesa junto a la ventana. 
-La cafetería está a punto de cerrar- le digo. 
-Mi mente también -dice él-. La diferencia es que la cafetería volverá a abrir mañana. Mi mente… ¿quién puede saberlo?
Tras un suspiro, me acerco despacio y le pregunto qué desea tomar.
-Un vaso de agua - me dice. 
-Con este tiempo, ¿no prefiere un café caliente?
-Lo prefiero, pero no tengo dinero para pagarlo. 
Asiento en silencio y le traigo el vaso de agua. Él se queda mirándolo. Como estamos solos, y no hay música, decido sentarme frente a él. 
-¿A qué se dedica? -inquiero. 
-Eso depende. Si me pregunta a mí, le diré que soy poeta. Si le pregunta a cualquier otro, le dirá que sólo soy un vago. Pero la respuesta a su pregunta dependerá de su criterio, pues es el que le otorgará la credibilidad a una u otra explicación. 
-Mi trabajo es servir café a las personas, no juzgarlas. Y aún menos si no conozco sus historias. 
-¿Acaso quiere oír la mía? -Pregunta, levantando la vista del vaso. 
-No encuentro inconveniente. 
-Le advierto que es una historia sin final; al fin y al cabo aún sigo aquí. 
-En ese caso, supuesto va a comenzar a relatar su historia, el final será el comienzo.

***

El primer amor del poeta fueron unos versos que ya había olvidado. Es una locura pensar que pueda persistir el amor sin conservar el recuerdo de lo amado, pero es ésa la clave de la poesía: extraer la esencia de las cosas, aquello que nos provoque un sentimiento que trascienda al tiempo y a la propia evanescencia de lo que nos hizo sentir. Y ¿qué es la poesía si no locura?

***

-Pero la poesía está muerta -dice el poeta- y aquél que la busque está destinado a perderse. 
-¿Por qué dices eso?

***

-Quiero ser poeta -Le dijo el poeta a su profesor de literatura. 
-Me temo que hoy en día ya no se puede vivir de las palabras -Respondió el profesor. 
-¿Por qué no?
-Porque en esta sociedad lo que impera es el consumismo. Las personas únicamente se preocupan de aquello que les sea útil para poder vivir mejor, ganar más dinero, tener más posesiones… la poesía no es útil y lo que no es útil carece de valor. 
El poeta comenzó a manifestar abiertamente su disgusto al profesor, pero éste le cortó:
-¿Por qué te molestas tanto? Al fin y al cabo la sociedad la construimos entre todos. La belleza impregna nuestros corazones para siempre, pero lo material se rompe, desaparece y se olvida. Y a pesar de esto, la belleza ha muerto y si no me crees te engañas a ti mismo. Si te doy a elegir, ¿prefieres un poemario que te haga sentir que no estás solo en la vida, o prefieres un Ferrari?
-Prefiero el poemario -Dijo el poeta. 
El profesor soltó una carcajada. Después, le puso la mano en el hombro al poeta y exclamó:
-¡Eres de lo que no hay! Y precisamente por eso nunca podrás vivir de las palabras.

***

-¿Tú que escogerías? -Me pregunta el poeta, mirándome fijamente. Me debato entre la sinceridad y la complacencia y finalmente opto por lo primero. 
-Un Ferrari -le digo. 
El poeta baja la vista al vaso, cierra los ojos, asiente. 
Después, continúa su historia.

***

El segundo amor del poeta fue una mujer. Se conocieron en la universidad y al terminar la carrera comenzaron a vivir juntos. Todas las mañanas él le decía que la amaba y, tras ello, unía la acción a la palabra. Después se sentaba en una mesa con un folio y un lápiz por toda compañía y, en silencio, vestía de versos la imaginación. 
-Tal vez no seas lo suficientemente bueno. Podrías apuntarte a algún curso -decía la mujer a veces, cuando regresaba del trabajo y contemplaba los folios arrugados por el suelo. 
-No se puede ser lo suficientemente bueno. En este mundo ya no existen los términos absolutos -decía el poeta en aquellas ocasiones-. El consumismo nos inculca que nunca estemos contentos con lo que tenemos. Siempre podríamos tener más; siempre podríamos ser mejores en lo que hacemos; siempre podríamos ser más felices de lo que somos. No importa cuánto tengas, siempre quedará en tu interior un rescoldo de insatisfacción. Y cuando no quede nadie más contra quién competir, acabas compitiendo contra ti mismo.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Que ese pensamiento implica que el proceso de superación acaba tendiendo a infinito. Y, en ese caso, el mero intento de ser mejor resulta carente de sentido. 
-Y ¿qué puedes hacer, entonces?
-No lo sé.

***

-Debido a mi derrotismo ella me dejó un día -dice el poeta- y no nos hemos vuelto a ver. 
-Y aunque ella haya desaparecido de tu vida -le digo- ¿Aún la recuerdas, o sólo recuerdas el amor que sentiste por ella?
-Recuerdo ambas cosas -susurra-. Por más que lo intento, no soy capaz de separarlas.

***

El poeta nunca más volvió a estar con una mujer. Desde aquel momento se dedicó únicamente a escribir. Cuando tuvo unos cuantos centenares de poemas, pensó que había llegado el momento de lanzarse a las editoriales. Todas ellas le dieron con la puerta en las narices.

***

-Antes las editoriales te pagaban a cambio de publicar tus obras -me asegura el poeta- pero ahora tú les tienes que pagar si quieres que te las publiquen. 
-¿No hay editoriales que confíen en el artista?
-Las hay, pero en la mayoría de los casos sólo lo hacen si el artista ya es famoso y ya tiene un público asegurado. Pero para comenzar necesitas dinero, y yo había pasado mi vida confiando en que para conseguir dinero sólo necesitaba comenzar. 
-Entiendo -le digo al poeta. Al contemplarlo en aquella mesa, inclinado con la mirada perdida sobre un insulso vaso de agua y contándole la historia de su vida a un completo desconocido, comprendo que estoy contemplando la imagen de la derrota personificada. 
-Recuerdo que, cuando estaba en el instituto -comienza de nuevo el poeta, tras una larga pausa-, en clase de literatura estudiábamos a los escritores de distintas generaciones. Lo hacíamos analizando sus textos y extrayendo sus inquietudes, atendiendo a cómo reflejaban en ellas el contexto de su tiempo. Y me pregunto: ¿qué estudiarán dentro de cien o doscientos años los críos cuando estudien la literatura de nuestros días? ¿Qué inquietudes van a analizar? Sólo publica quien tiene dinero. Los que de verdad tienen inquietudes que reflejar, no tienen voz. 
Consciente de que no lo voy a animar demasiado, le digo lo que realmente pienso:
-Puede que, dentro de cien o doscientos años, a los críos ya ni siquiera se les enseñe literatura.
El poeta se queda pensativo, con los brazos cruzados. Casi puedo ver sus pensamientos en el reflejo de sus pupilas sobre la inmóvil superficie del agua que tiene frente a él. 
-Sí -dice al fin-, es bastante probable que así sea.

***

El poeta vagó por el mundo hasta sentir que se había convertido en un mero extra de la película de su propia vida. Le había tocado nacer en un mundo en el que ya no había sitio para la poesía. En ningún momento nadie le dijo abiertamente que sobraba y hasta era posible que nadie lo pensase de tal manera, pero él, simplemente, lo sabía. 
Dado que no tenía dinero, durante un tiempo vagabundeó intentando intercambiar sus poesías por comida, bebida y pases de autobús. 
-¿Para qué quiero yo una poesía? -solían preguntarle. 
-Porque el dinero en sí mismo no tiene valor. No se come, no se bebe, no aporta nada a tu vida. Si yo te diera dinero, con ese dinero podrías ir a una librería y comprar un poemario. Yo te estoy ofreciendo ahorrarte ese paso, ofreciéndote algo que, a diferencia del dinero, ya posee un valor intrínseco -solía responder el poeta. 
Pero sus palabras nunca surtieron efecto. Quizá su profesor había tenido razón y fuera cierto que las palabras ya no tenían ningún valor. Y, en este mundo utilitarista, lo que no tiene valor está muerto.

***

-Y así es como he llegado aquí -me dice el poeta. 
-Voy a calentarte un café -le digo, mientras me levanto. 
-Te repito que no tengo dinero. 
-A mí puedes pagarme con un poema -El poeta me mira sorprendido. Una sombra de felicidad recorre su rostro, y una expresión torpe y forzada me indica que hace mucho tiempo que no ocurre. Tal vez ha olvidado cómo sonreír- ¿Por qué no lo escribes mientras te preparo la taza?
Desde la barra, observo cómo el poeta saca una libreta, se apoya en el respaldo de la silla y se queda observando cómo el aguanieve sigue golpeando el cristal de la ventana. Así transcurre un largo rato. Súbitamente, el poeta se inclina sobre la libreta y comienza a escribir con frenesí. 
Caliento el café más de lo normal, para darle más tiempo a que desarrolle el texto. Finalmente suelta el bolígrafo y se queda mirando la libreta, con los brazos caídos. Tras esperar un tiempo prudencial, cojo la taza de café y me acerco a la mesa. 
-No se me ocurre cómo acabar la última rima - me dice, con tono de decepción - así que no tiene final. 
-Al igual que tu historia. 
Me tiende la libreta. La poesía está escrita con una letra difícil de leer, producto de cuando nuestra mente se mueve mucho más deprisa que nuestras manos. 
Mientras se toma el café, la leo con detenimiento.

***
Gotas de nieve
golpean el cristal
que protege mi infierno.

Aroma a café
amargo y negro
(tales mis sentimientos)

La noche cae
hacia el abismo.
Me arrastra hacia dentro.

En este bar
soledad y silencio
¿Por qué aún no he muerto?

En este vacío
ya sólo queda

***

El poeta se levanta, dispuesto a marcharse. Me agradece el café, como si creyera que no me lo ha pagado. Cuando pone la mano en la puerta, le digo:
-Tal vez la rima apropiada sería "un último intento". 
-¿Te parece un buen final? -me pregunta, desde la puerta. 
-Me parece un buen comienzo.





Manuel Murillo de las Heras
Este cuento forma parte de Relatos y otros enseres de andar por casa
y fue publicado por la Revista Almiar


viernes, 27 de septiembre de 2019

Manifiesto



MANIFIESTO NARRATIVO

Manuel Murillo de las Heras


Escritores y escritoras del mundo: éste es mi manifiesto. No es una respuesta a nada en concreto, acaso a mi propio cansancio como lector. Todo lo que este manifiesto contiene no es un juicio de valor hacia otros escritores; no tengo ni criterio ni autoridad para realizar tal cosa. Es tan sólo una enumeración de aspectos que trato de encontrar cuando leo y trato de crear cuando escribo.


1.      La primera máxima es ésta: Calidad antes que cantidad.

1.1. Contar la historia que se desea contar debe ser un ejercicio que tienda a utilizar el mínimo número de palabras posible. Si existe una palabra con cuyo significado se pueda sustituir tres, se utilizará.
1.2. Debemos despojarnos del prejuicio (y, muchas veces, complejo) de que el valor de la obra y su longitud son directamente proporcionales. La concisión a la hora de contar una historia es lo realmente difícil de lograr. Toda historia, cuanto más se alarga, más fuerza pierde. Si la obra resulta ser extensa, ha de ser exclusivamente porque así lo requiere la historia.
1.3. El uso de la floritura y el mero adorno debe brillar por su ausencia. El objetivo a tener en mente a la hora de narrar es que todo elemento que se presente tenga una finalidad.
1.4. No hay prisa en escribir. Todo lo escrito quedará escrito para siempre. Teniendo esto en cuenta, vale más gastar treinta días para una frase magistral que un día para treinta páginas mediocres. Lo primero es de escritores; lo segundo, de escribientes.


2.      Las descripciones son como el vino: se recomiendan en poca cantidad y como acompañamiento.

2.1. En la medida de lo posible, la narración consistirá en una enumeración de acciones. La mera descripción no debe sobrepasar un 10-15% del texto total.
2.2. Se evitará la tentación masturbatoria de los sinónimos rebuscados. Las palabras escogidas han de ser las palabras exactas y no otras. Da igual cuán bonita pueda ser una palabra; si su significado se aleja del que la historia precisa, la frase global será fea.
2.3. La descripción de un lugar debe contener lo justo y necesario que sea relevante para la historia.
2.4. La descripción física de los personajes sólo debe hacerse cuando esto nos revele algo de ellos (por ejemplo, una cicatriz; un aspecto descuidado; un collar que contenga un símbolo religioso; etc.).
2.5. La descripción interna de los personajes se evitará en la medida de lo posible en la narración extradiegética. Los personajes han de describirse a sí mismos mediante sus acciones y diálogos, de manera implícita antes que explícita.
2.6. Una obra que detalla mucho sólo se tiene a sí misma. Una obra que se permite contener espacios, aparte de tenerse a sí misma, tiene también la singular imaginación de todos y cada uno de sus lectores.


3.      El autor jamás tomará al lector por tonto.

3.1. Se evitará explicar todo aquello que, con lo proporcionado en la narración, se pueda deducir.
3.2. Se evitará repetir algo que ya se ha dicho.
3.3. La calidad de la construcción de los personajes debe ser tal que permita omitir sus nombres durante los diálogos. El estado emocional de los personajes tampoco se le especificará al lector. No hay, aún, un lector que lea por ocio y que no sea humano. Así pues, mostrando, como narradores, correctamente las acciones de un personaje en un contexto bien dibujado, será redundante explicar, además, cómo se está sintiendo.


4.      La voz narrativa es el cimiento de la obra. Las fisuras son fatales.

4.1. No importa lo buena que pueda llegar a ser una historia si la voz narrativa flaquea. En cambio, un buen estilo a la hora de contar puede salvar una historia mediocre.
4.2. La voz narrativa no puede tener incoherencias. Su uso debe ser tan meditado como la historia misma, o más.
4.3. Se puede jugar con la voz narrativa; de hecho, sería un crimen no jugar con ella. Pero cada juego tiene sus reglas. ¿Pueden ser reglas inventadas? Evidentemente. Pero, una vez el juego ha comenzado, tales reglas deben respetarse.
4.4. El uso de la primera persona debe estar justificado y ser coherente. Si nuestro narrador en primera persona muere, significará que nuestra historia es una historia de fantasmas, aunque el lector no tenga ni idea de que lee una historia de fantasmas hasta el final. Si no muere, significa que le está contando algo a otro personaje que puede, o no, aparecer en la historia. Si está escribiendo (una carta, un diario, o el propio libro que lee el lector), no tiene sentido que narre en presente. Si no lo está contando ni está escribiendo, no tiene sentido utilizar la primera persona.
4.5. El narrador extradiegético nunca aleccionará. Presentará conflictos y sus personajes los solucionarán. Que lo hagan de manera correcta o incorrecta quedará a juicio de los lectores.



5.      La estructura de la historia importa más que la historia.

5.1. La estructura y la forma (tanto de la obra global como de los párrafos y las frases) no deben ser azarosas ni vagas. Cumplirán un objetivo artístico. Y es especialmente aquí donde debe resaltar la autoría.
5.2. La estructura ha de estar al servicio de la historia, es decir, debe cumplir una función que la complemente.
5.3. Cada historia, en el caso de las novelas, debe ser autoconclusiva y autosuficiente. De querer realizar una saga, cada libro ha de poder leerse en el orden que el lector quiera. Las características comunes entre cada libro deben cumplir una función de complementariedad, pero jamás de dependencia. Ningún otro libro ha de ser necesario para que el lector comprenda al completo la historia que cuenta el que está leyendo.


6.      El género y el tema; aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

6.1. El escritor no debe temer ningún género, pues el género no importa. Un lector sólo piensa en el género cuando todo lo demás falla. En cambio, una historia bien contada hará que cualquier lector la disfrute aunque el género no le llame la atención.



7.      Los finales deben pillar al lector desprevenido, como si le hubiesen disparado desde un flanco que no tenía cubierto.

7.1. No se debe depositar toda la confianza en nuestros finales. Un buen final no salvará una historia mediocre.
7.2. Sin embargo, un mal final puede arrastrar al abismo una buena historia.
7.3. El escritor ha de tener en mente el final a la hora de comenzar a escribir la historia. La sucesión de acciones y la estructura han de ser conscientes de ese final. De no ser así, abundarán las divagaciones y las secuencias que no van a ninguna parte.
7.4. El final debe forjarse con los elementos dados a lo largo de la historia y, aunque pille al lector por sorpresa, debe ser coherente. No hay sitio para los Deus Ex Machina, a no ser que la historia en sí reflexione sobre los Deus Ex Machina.
7.5. El final, en la medida de lo posible, deberá tender a cumplir uno de estos dos objetivos: o bien responder a todas las preguntas del lector, o bien decirle que todas las respuestas que ya creía tener estaban equivocadas. 




Almería, a 28 de Septiembre de 2019

sábado, 31 de agosto de 2019

Sobre escribir hoy.

La realidad es que a muy pocas personas les suele importar cómo te sientes. Pretender basar tu escritura en esto, pues, entra en términos de equivalencia con un suicidio artístico. La mayoría de nosotros ya tenemos una prima o un par de amigos que nos cuentan sus batallitas y, cuando no los tenemos, ya contamos con nuestros propios problemas. La mayoría de gente que se sienta a leer algo va buscando una lectura que tenga algo que aportarle. 
Por otra parte, no pienso que la gente que utiliza la escritura como un vulgar mecanismo de afrontamiento contra sus propias emociones (como podrían usar también el alcohol) debiera llamarse a sí mismo "escritor" o "escritora", de la misma manera que a quien recurre al alcohol se le llama alcohólico, porque patologiza el oficio. Los casos de escritores y escritoras que escribieron para sanarse a sí mismos y que además su obra fue reconocida como para poder llamarse a sí mismos escritores son poquísimos, y la realidad es que la mayoría terminó suicidándose, así que no me parece el mejor método para "sanarse". 
He leído muchas biografías en Twitter e Instagram de esta clase de escribientes, que pretenden llevar la escritura a un plano tan personal, tan íntimo, que terminan siendo todas iguales y genéricas. Voy a jugar a inventarme unas cuantas a continuación (sin pensarlas demasiado y sin mirar a ningún sitio, no me gusta hacer trampas):
  • Escribo porque estoy roto, y a cada verso un pedazo de mí se recompone
  • Cada poema es una cicatriz de palabras para una herida sangrante que sólo supe cerrar con tinta. 
  • Escribo porque es el único modo que tengo de (sobre)vivir.
  • Nosequé por vocación, escritor por necesidad.
  • Cada haiku es una paja, cada soneto es un polvo. 
La última no es muy común, ya que cuenta con dos hemistiquios de idéntico número de sílabas y eso es un recurso literario real. 
La gran mayoría de la obra de estos escribientes graduados en literatura por la universidad de la tristeza y la desesperación consiste en poemas y en relatos (que no cuentos) muy cortos. Como siempre que ocurre un fenómeno constante, existe una causa que lo genera y otra distinta que lo mantiene. 
La causa generadora es que no es práctico escribir utilizando como principal motor de escritura tus sentimientos. Cuando escribes una novela necesitas trabajar muchas cosas, entre ellas:
  • Un argumento de interés. 
  • Una estructura. 
  • Cierta homogeneidad de estilo a lo largo de la obra (y a ver cómo se consigue homogeneidad si un día que escribas estás triste y al otro contento). 
  • Diversidad de personajes (que sientan cosas distintas a las que sientes tú como autor). 
  • Muchísima constancia. 
  • Coherencia interna. 
  • Mucha paciencia para releer y corregir. 
Y no sólo nada de eso viene facilitado por usar tus propios sentimientos a la hora de trabajar, sino que usarlos resulta un impedimento para conseguirlo (no digo que no se deban usar de vez en cuando, en ocasiones es necesario si la escena narrada lo requiere, hablo de basar tu estrategia y tu disciplina en ello).
Y las cosas que he citado como necesarias a la hora de trabajar en una novela, también se aplican al cuento (aunque algunas sean más fáciles de realizar dada la menor longitud). Un cuento debe contener cierta estructura, por pequeño que sea, y también debe contarnos una historia, por breve que sea. Incluso en un cuento tan corto como El emigrante, de Luis Felipe Lomelí, o en For sale, atribuido a Hemingway, existe una historia y una estructura. O, incluso en cuentos que aparentemente no han contado una historia o no tienen una estructura (como el cuento Luis XIV de Juan Pedro Aparicio), tienen un discurso detrás que crea esa historia y esa estructura. 
Sin embargo, lo que me suelo encontrar por parte de estos escribientes son relatos, es decir, meras descripciones de una situación, no historias estructuradas. Que la descripción puede ser preciosa y a veces pueden ser relatos realmente bonitos, en ningún momento estoy diciendo lo contrario. Pero no puedo evitar preguntarme por qué casi siempre son relatos y no cuentos, donde el máximo remate que existe en la narración es una frase relativamente bonita a modo de broche final, y en ocasiones ni eso. Escribir por y para tus propios sentimientos es escribir a base de impulsos y, en cuanto el impulso, que no suele durar mucho, mengua o desaparece, la narrativa inevitablemente se resiente.
Y luego están los poemas. Todos cortos o tirando a cortos, y casi siempre sin estructura, ni métrica, ni rima. ¿Es necesario la métrica, la rima o la estructura para que el poema sea bueno? Claro que no. Pero es que muchas veces, además de que no haya nada de eso, no hay ningún otro recurso literario en los poemas, son simplemente anécdotas, o lo primero que se les ocurre, escrito aprisa y corriendo y dándole al enter de forma casi aleatoria. ¿Por qué? Por la tristeza, el dolor, la necesidad de sanarse. Porque la estructura, la rima, la métrica y muchos otros recursos literarios no vienen de escribir con los sentimientos. Así, sólo queda el relato corto y los poemas cortos que carecen de todo lo que no puede generar el propio sentimiento. Ésta es la causa generadora. 
La causa mantenedora es que, por su brevedad, son fáciles de publicar en Twitter e Instagram. No necesitas comprar el libro para leer, ni siquiera seguir tediosos enlaces a través del perfil para acceder a una cuenta de Blogger, de WordPress o de Wattpad. Todo está ahí, en una sola imagen, y lo puedes leer en menos de un minuto, y lo puedes compartir cuantas veces quieras y todo se vuelve fácil, accesible, inmediato. No digo que esto esté mal, de hecho es algo bueno. Y precisamente, por ser algo bueno, es la causa que lo mantiene. ¿Qué tiene de malo? La sobresaturación por un lado, y el hecho de que la mierda y el diamante sean igual de accesibles por otro, que al fin y al cabo las dos cosas que he dicho no son más que dos caras de la misma moneda; y algo que no es malo de por sí, simplemente es un hecho, y es que este tipo de literatura, es decir, el escribir sobre los propios sentimientos y utilizar los sentimientos como herramientas de escribir, se vea tremendamente reforzado y tienda a abundar más y más. Pero os diré algo: el boom de la poesía intensita ya pasó. Ha habido muchísimas ventas, porque es muy fácil sentirse identificado con lo que se escribe así (ya que es genérico y sentimental) y también es muy fácil de leer. Es normal que tuviera éxito. Pero, si quieres que se te reconozca como escritor o escritora y no tienes nada más que aportar que tus propios sentimientos, siento decirte que el momento ya pasó. Durante ese boom tuvieron suerte unos cuantos autores que se inflaron de seguidores y luego las editoriales se los rifaron, y entre los seguidores con los que ya contaban y una buena promoción por parte de las editoriales grandes o medianas, subieron a lo más alto de las ventas. Pero ya están ahí. Han ocupado su sitio, siguen sacando libros como churros, tienen los nichos bien delimitados, y no los vas a mover de ahí si haces lo mismo que ellos, porque el mercado ya está copado, ya tiene unos nombres, y apostar por un nombre nuevo que no ofrece algo diferente es una apuesta que muy pocos estarán dispuestos a firmar. 
No soy nadie para dar consejos, pero al fin y al cabo es mi blog así que los voy a dar. Si te gusta escribir y quisieras publicar sin tirar de la autoedición, no hagas lo mismo que está haciendo todo el mundo. Habla de tus sentimientos si quieres, pero encájalos en una buena historia. Dales una buena estructura. Y trabaja en ser capaz de escribir sin dejarte llevar por ellos. Cuando te sientas triste, trata de escribir un cuento alegre. Y cuando estés pletórico, trata de escribir algo tristísimo. Lee novelas y cuentos que te cueste leer, a los que les tengas que dar un par de vueltas porque en la primera sientes que no has entendido nada. Lee analizando, como si fueras un detective, e intenta encontrar todos recursos literarios que puedas. Lee también ensayo (te recomiendo Evasión, de César Aira, que trata estos temas mil veces mejor que yo). Y, sobre todo, no te quedes en Twitter e Instagram. Tenerlos está bien, pero una editorial va a querer ver que también sabes moverte en el mundo de la literatura, así que trabaja en crear un currículum literario. Preséntate a muchos concursos. Quizá ganes uno por cada veinte, por eso preséntate a cien. Colabora en todos los sitios que puedas. Presta atención a los concursos que cuenten con páginas webs, con blogs, con notas de prensa, y sobre todo los que, aunque no ganes, si quedas entre los cincuenta primeros te publiquen en una antología. Publica también en revistas literarias. Hay algunas que publican virtualmente y que aceptan manuscritos y te publicarán si cuentas con calidad. Todas éstas son formas de que, al enviar un manuscrito, cuando la editorial ponga tu nombre en google (y ten por seguro que lo hará), le salgan un montón de resultados relacionados con la literatura, que le hará ver que te has movido y sobre todo que has conseguido cosas, que otros ya han valorado positivamente tu trabajo, que algo debe tener el agua cuando se la bendice. 
Pero no esperes sanar haciéndolo. Escribir es algo tremendamente solitario, que requiere mucho tiempo y mucha paciencia (y la tristeza y la desesperación no van de la mano de la paciencia) y que nadie te va a agradecer. Ni siquiera tú mismo lo harás. Así que piensa bien si lo que quieres contar vale la pena, si vale todo ello. Y si lo hace, adelante, escritor o escritora.



Manuel Murillo de las Heras.

martes, 19 de junio de 2018

Por qué es imposible que exista El Cielo.

El término Cielo al que me voy a referir en esta entrada hace referencia a la creencia popular de que existe un lugar de gozo, paz y felicidad infinita y eterna en el que te reúnes con tus seres queridos. No necesariamente me voy a referir al Cielo de la tradición Cristiana, que más de una reunión con los seres queridos habla de una reunión con Dios. Si no existe el Dios Cristiano, es obvio que ese Cielo tampoco existe. Para leer cuestiones sobre la existencia de Dios (y demás temas que de ésta se derivan), podéis leer El espejismo de Dios de Richard Dawkins. Sólo voy a hablar de la creencia popular, esa que te dicen desde que eres pequeño, de que cuando mueres vas a un lugar en el que estarás tranquilo, de que las personas que ya se han ido nos ven desde allí, y de que luego todas se reúnen para estar felices. Bien, ese lugar hipotético de la creencia popular es el que a partir de ahora me referiré como Cielo. No me voy a extender en discusiones filosóficas, simplemente voy a mencionar algunos ejemplos que vuelven contradictoria, y hasta perversa, la definición dada anteriormente. Vamos directos al grano. 

- Ejemplo primero: Supongamos dos personas, Pedro y María. Pedro está obsesionado con María de una manera hasta patológica (aunque no es necesario que sea de manera patológica para que sirva de ejemplo, sólo más ilustrativo). Su único ideal de felicidad es estar con ella. La acosa todos los días con mensajes a pesar de que hace tiempo que María ya lo ha bloqueado, llama al teléfono fijo de su casa (teléfono que María jamás le ha dado y a cada hora se pregunta cuántos más detalles de su vida habrá averiguado el tal Pedro por su cuenta), aparece a la salida de su trabajo para preguntarle si quiere quiere que la acompañe a casa. María ya le ha dicho abiertamente que lo rechaza, pero Pedro tiene una obsesión con ella que ninguna negativa podrá disipar. Un día, a Pedro lo atropellan por la calle. Tomando la definición de Cielo como un lugar de felicidad eterna en la que te reúnes con las personas que te importan ¿cómo debe ser el Cielo de Pedro? Según esa definición, la única manera de que Pedro experimentase el Cielo sería que María permaneciese con él durante toda la eternidad. Así encontramos que, por definición, la idea del Cielo de Pedro anula forzosamente la idea del posible Cielo de María, en tanto que para garantizar los rasgos definitorios del Cielo en el Cielo de María, es decir, tranquilidad, felicidad y seres queridos, Pedro no puede estar presente. Para escapar de esta contradicción lógica se me ocurren dos subterfugios: El primero, decir que Pedro no ha sido lo suficientemente bueno como para merecer ir al Cielo. Esta afirmación es perversa, ya que implica que si alguien es bueno contigo forzosamente tienes la obligación de enamorarte de él. Puse a alguien acosador para que fuera ilustrativo, pero basta imaginar a alguien que es muy bueno con otra persona de la que está enamorado y esa segunda persona no siente ninguna atracción por él. Ninguna culpa ni mal acto hay en ninguna de las dos personas para que no merezcan ir al Cielo, pero imaginar el Cielo del primero con la segunda persona sería tremendamente egoísta y anularía de nuevo el hipotético Cielo de la segunda. El segundo subterfugio sería argumentar que es posible que en el Cielo de Pedro esté María, pero que en el Cielo de María no esté Pedro. A partir de ahora, me referiré a este subterfugio como el argumento del trasunto. Si en el Cielo de Pedro hay una María pero María tiene un cielo propio en el que no está Pedro ¿Quién es la María del cielo de Pedro? Las personas que gustan de creer en la hipótesis del Cielo hablan también del alma, que, aunque cada uno la define de diferentes formas - en un espectro que va de una descripción absolutamente religiosa hasta hablar únicamente de energía biológica que proporciona vida pero que no tiene nada que ver con ningún culto religioso -, la mayoría coincide en que es lo que define la esencia de cada uno. De este modo, se infiere que el alma no puede ser divisible, ni duplicable, y que es única. Esto entra en confrontación con el argumento del trasunto. 
figura 1
Me recuerda al problema del alma para las personas que creen en la reencarnación de la almas humanas cuando se enfrentan al hecho de que cada año la población humana tiende a aumentar (ver figura 1). ¿Qué significa esto? ¿Que se crean nuevas almas o que éstas se van dividiendo y cada uno posee una milésima parte de un alma original? La única manera de salir airoso de esto es decir que la María que hay en el Cielo de Pedro no es, en realidad, María, en tanto que no es su alma, sino una imagen fiel de ella, esto es, un trasunto. Al margen del debate de las almas, en la esencia en vida de María estaba su rechazo a Pedro. Si en el Cielo de Pedro María no lo rechaza (y no puede rechazarlo porque entonces dejaría de ser el Cielo de Pedro) significa que no es María sino un trasunto de ella, pues su esencia no puede existir en ese Cielo. Se trata de una imagen de María hecha para satisfacer los deseos de Pedro, pero no se trata de María. Por tanto, es lógicamente imposible que Pedro esté con sus seres queridos y sea feliz en el Cielo, sólo con una imagen engañosa e irreal. Así, es imposible que el Cielo exista tal y como ha sido definido. 

- Ejemplo segundo: Para este ejemplo, más breve que el anterior, me voy a centrar en la parte de la definición del Cielo como un lugar tranquilo, de paz y felicidad eterna. También con el hecho de que las personas que están en el Cielo puedan contemplar a las que están vivas. Esta última creencia es muy importante para estos ejemplos en relación a la imposibilidad de paz y felicidad asegurada, ya que tiene como consecuencia que, aunque el Cielo sea eterno, las personas que lo habitan perciban el tiempo tal y como lo perciben las personas vivas pues contemplan a las personas vivas en un marco temporal, de la misma manera que se demostró que el tiempo durante los sueños de la fase REM no es relativo (todo aquello de que un minuto en la vida real equivale a 60 minutos de narración onírica por la relatividad de la actividad mental) ya que el movimiento ocular de la fase REM (que de hecho REM significa movimiento ocular rápido en español) viene del seguimiento de los ojos a las imágenes de los sueños. Supongamos una persona de ochenta años que quiere con locura a su nieta de diez años y le desea, como es lógico, lo mejor en la vida. A esas alturas (a los ochenta años), poco le importa más que el hecho de que sus seres queridos sean felices. Él, piensa, ya ha vivido lo suyo. Como si se muere al día siguiente. Y así ocurre. Un día muere rápidamente a causa de un infarto. En el cielo, tal y como lo hemos definido, podrá observar a sus seres queridos que aún viven. Va presenciando cómo su nieta va creciendo poco a poco. Y un día, cuando su nieta tiene catorce años, es violada por tres hombres en un callejón mientras volvía del colegio. ¿Cómo es posible que alguien que sostiene que las personas que están en el Cielo ven a quienes están vivos sostengan también que en el Cielo sólo existe la tranquilidad, la paz y la felicidad? Recordemos que, en tanto están observando, el tiempo transcurre igual para la persona que está en el Cielo que para la persona que es observada en vida. Quizá la nieta quede traumatizada de por vida, sea maltratada por parejas futuras, termine cayendo en la drogadicción o hasta la automutilación para huir de pensamientos que para ella sean más dolorosos. Tal vez se de a la bebida o desarrolle un cáncer que la obligue a ir el resto de su vida con una bolsa pegada al cuerpo, o intente suicidarse con el coche pero se quede en cama llorando todos los días hasta que muera a los noventa y cinco años. ¿Todos esos años de sufrimiento, el abuelo, que lo ha estado contemplando y era alguien a quien quería con locura y su mayor deseo era que le fuese bien en la vida, estará feliz sólo por el mero hecho de estar en el Cielo y que éste se defina así? El único subterfugio que se me ocurre para esto es lo que llamaré el argumento del despojo. Es decir, argumentar que una vez que vas al Cielo eres incapaz de sentir sentimientos "malos" como la tristeza, la frustración, la preocupación, la envidia, la angustia, el dolor, la ira, etc. O lo que es lo mismo, que al entrar al Cielo te despojas de tu esencia ya que todos esos sentimientos son sentimientos válidos que forman parte de cada uno y que nos ayudan a construirnos como personas (a veces para bien y otras para mal). Tener un dinamismo emocional flexible y reaccionar a lo que nos ocurre o lo que les ocurre a los demás, tener empatía, ser capaz de ponernos en el lugar del otro y experimentar sus emociones es lo que nos hace humanos. Por tanto, si al ir al Cielo pierdes todo esto, tú nunca irás al Cielo. No sé qué irá, pero tú no, porque estás despojado de tu esencia o de parte de ella. Irá, de nuevo, una imagen artificial que ha perdido la capacidad de preocuparse por aquellos a los que quiere, y que es capaz de sentirse en paz aún contemplando como la persona que más quiere está viviendo un infierno. 

- Ejemplo tercero: Siguiendo con la creencia de que quienes están en el Cielo nos observan. Supongamos que A quiere mucho a B. B puede ser su hermano, su amigo, su pareja, etc. Da igual. Por supuesto, B también quiere muchísimo a A. Son personas muy importantes la una para la otra y, por tanto, sus almas compartirán el mismo cielo eternamente algún día. Sin embargo, A es una persona de principios muy fuertes y B hace algunas cosas en su vida que le oculta deliberadamente, porque sabe que si A se entera probablemente no volvería a dirigirle la palabra. Puede ser cualquier tipo de cosas. Corrupción, conductas sexuales, adulterios, etc. ¿Qué ocurre entonces cuando A muere y contempla todo lo que B quería ocultarle? Si el cielo es un lugar de paz, felicidad y gozo eterno, A no tendrá ningún pensamiento negativo hacia B al descubrirlo y cuando B muera estarán juntos en el Cielo. Pero eso es de nuevo el argumento del despojo, esto es, para que esto ocurra A ha sido despojado de sus principios, que tenían una cualidad definitoria, por tanto A ya no es A en tanto que ha perdido su esencia. En el caso de las personas que crean que en el Cielo sí se pueden experimentar las emociones negativas, caerán forzosamente, como en el primer caso, en el argumento del trasunto, ya que en el Cielo de A no estará presente B pero en el cielo de B, si está presente A, será una imagen irreal, no podría ser su alma. 

Ya hemos visto cómo es imposible que exista el Cielo tal y como es definido popularmente o, si existe, cómo es imposible acceder a él, dado que para ir tienes que dejar de ser tú y, si es así, por lógica, tú no vas al cielo. Vamos a ver un cuarto ejemplo que aúna los dos primeros y que también necesita del argumento del trasunto y del argumento del despojo, argumentos que, como ya se ha visto, para ser aplicados forzosamente niegan la definición popular del Cielo.

- Ejemplo cuarto: Tenemos a Clara, una huérfana que creció en un hospicio y no estableció un vínculo afectivo con ninguna de sus cuidadoras ni con el resto de huérfanos con los que se crió. La única persona con la que creó un vínculo afectivo fue con Andrés, a quien conoció a los 16 años y que se convirtió en su pareja. Clara y Andrés eran muy felices juntos. A los veintitrés años decidieron casarse y a los veinticinco tuvieron un hijo. Aquellos fueron, para Clara, los años más felices de su vida. Cuando el niño, a quien Clara quería con locura, tenía sólo cinco años de edad, la familia tuvo un fuerte accidente de carretera en el que Clara perdió la vida. 
Andrés y su hijo lo pasaron fatal, sobre todo Andrés, pues el hijo era aún pequeño en el momento del accidente. Pero los años fueron pasando y poco a poco se iban sobreponiendo a la pérdida. A los 34 años, Andrés conoció a otra persona con la que rehízo su vida. Se llamaba Juana. El hijo no tardó en llamarla mamá. Juana, Andrés y el hijo fueron felices el resto de su vida. 

¿Cuál es el cielo de Clara?

Mientras Andrés y su hijo seguían con vida ha contemplado todo su sufrimiento y todos los momentos malos de sus vidas y los ha padecido con ellos. Ha sufrido también, más allá de la empatía, viendo cómo Andrés se olvidaba de ella progresivamente con otra persona con la que mantenía relaciones y cómo su hijo iba formando vínculos afectivos con esa misma persona. Pero Juana no tiene culpa de nada. Por supuesto, Clara tampoco. Una vez todos vayan al Cielo ¿Estará Clara con las únicas dos personas que fueron importantes para ella? Seguramente no. ¿Debemos culpar a Juana? Tampoco. Y seguramente esta última certeza le provoque angustia a Clara durante toda la eternidad. 

Otros problemas

Más allá de los laberintos lógicos de la definición del Cielo que obligan a utilizar los subterfugios del trasunto y del despojo y que en sí mismos niegan el propio concepto del Cielo que hemos visto en los ejemplos existen otros problemas en el planteamiento del Cielo. 

- El problema de la edad: ¿Cómo están representadas las personas en ese Cielo del que se habla? ¿Están con su mejor edad? Si en una pareja uno de sus miembros considera que su mejor edad fue a los cuarenta años y el otro considera que fue a los quince ¿Se tratarán de la misma manera? ¿O en el Cielo tienen la misma edad que tenían al momento de morir? ¿No generará esto tristeza a algunas personas a las que les horrorizaba el aspecto que adquirieron con la edad?

- Alzheimer y más: Si una persona fallece tras quince años de Alzheimer ¿Recordará esos años perdidos una vez en el Cielo? ¿O seguirá teniendo Alzheimer en el Cielo? De tener, en el cielo, una mente completamente sana, implicaría que la mayoría de cosas como la identidad, los recuerdos, el afecto, las emociones, etc, no dependen de la mente sino que están intactas en el alma. ¿La esencia precede a la existencia, entonces? Lo dudo mucho. La psicología experimental ha demostrado una y otra vez los procesos fisiológicos observables que subyacen a todo eso. Lo mismo ocurriría, por ejemplo, con la esquizofrenia. ¿Una persona esquizofrénica que ha padecido la enfermedad desde su adolescencia dejaría de experimentarla en el Cielo? Pero ¿Cómo es eso posible, si todo lo que rodeó la enfermedad conformó su identidad?

Figura 2
- El cielo es eterno, pero las culturas cambian: Y ¿Qué pasa, por ejemplo, con el hombre de las cavernas? ¿Cómo podría extraerse felicidad de una eternidad de un hombre que no busca más que satisfacer el escalafón más bajo (y quizá algo del segundo escalafón más bajo) de la pirámide de Maslow (figura 2)? Y, por supuesto, todo ello está asegurado en el Cielo, pues no buscaban más que la supervivencia. Podían experimentar la alegría como emoción, pero la felicidad como estado eterno depende de una capacidad simbólica, lingüística y sobre todo cultural que no existía para ellos. ¿Acaso, a pesar de ser seres humanos, para ellos no existe el Cielo? 

No culparé a quien diga que todo lo que hay aquí escrito no tiene ningún sentido. Al fin y al cabo, como dice Saramago, la esperanza es como la sal. No alimenta, pero le da sabor al pan. 

domingo, 20 de agosto de 2017

No se me da bien echar de menos

He de reconocer que no se me da bien echar de menos. El verano ya se ha ido, llevándose tantas cosas con él... recuerdas, recuerdas la playa, el aire lleno de salitre y promesas oscuras que se desvanecían con un beso aderezado en un quizá. A ti nunca te bastó con escribir poesía, siempre quisiste serla. Y ahora, en este parque los dos, las hojas duras de oro crujiendo bajo nuestros pies, una tácita advertencia amarga, una llamada de atención, una petición egoísta del otoño exigiendo el deletéreo olvido de un paisaje azul y blanco horadado por la miel de tu cuerpo atezado bajo el sol... hoy todo es ayer y nada es mañana.
Pero no, no, no. Porque sigues a mi lado y ¿Ves esa hoja caer? Es de las últimas que quedan en el árbol. Sí. Y qué temprano se va poniendo el sol ahora ¿verdad? cada vez duran menos las tardes.
¿Cómo era eso que decías en la arena? Ah, sí, decías que la vida era como un gran aforismo que nunca alcanzábamos a comprender del todo. A veces cazabas mariposas y, otras, te gustaba cazar verdades. A mí también me gusta atesorarlas. Es verdad que el ocaso llega todos los días pero también es verdad que siempre vuelve a llegar el alba. Es verdad que un final feliz es sólo un oxímoron aliterado y que tal vez un final triste sea una tautología, pero también es verdad que se puede encontrar el amor en Roma aunque sea lo contrario. Es verdad que lo primero que se pierde es la ausencia y lo último que se pierde es la presencia. Y es verdad que tú en mis brazos, y mis labios en los tuyos, y nuestro beso en el recuerdo y en mis recuerdos tú. Es verdad que ya va haciendo frío, que deberíamos volver a casa ¿No?
¿No?
Lo que no es verdad...
Giro la cabeza y te busco con la mirada.


A veces me gusta imaginar que aún caminas a mi lado y le hablo así a tu ausencia.






#AmoresDeVerano