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lunes, 28 de octubre de 2019

El poeta


La noche es fría. De no ser por el aguanieve que golpea los ventanales, la cafetería estaría en absoluto silencio: ya no hay clientes y la música que había programada en el reproductor ha terminado; es hora de cerrar. 
La puerta se abre de pronto y un hombre entra por ella. Va empapado, pues no lleva paraguas ni capucha. Una vez cerrada la puerta, dedica medio minuto a restregar el calzado en el felpudo y se sienta en una mesa junto a la ventana. 
-La cafetería está a punto de cerrar- le digo. 
-Mi mente también -dice él-. La diferencia es que la cafetería volverá a abrir mañana. Mi mente… ¿quién puede saberlo?
Tras un suspiro, me acerco despacio y le pregunto qué desea tomar.
-Un vaso de agua - me dice. 
-Con este tiempo, ¿no prefiere un café caliente?
-Lo prefiero, pero no tengo dinero para pagarlo. 
Asiento en silencio y le traigo el vaso de agua. Él se queda mirándolo. Como estamos solos, y no hay música, decido sentarme frente a él. 
-¿A qué se dedica? -inquiero. 
-Eso depende. Si me pregunta a mí, le diré que soy poeta. Si le pregunta a cualquier otro, le dirá que sólo soy un vago. Pero la respuesta a su pregunta dependerá de su criterio, pues es el que le otorgará la credibilidad a una u otra explicación. 
-Mi trabajo es servir café a las personas, no juzgarlas. Y aún menos si no conozco sus historias. 
-¿Acaso quiere oír la mía? -Pregunta, levantando la vista del vaso. 
-No encuentro inconveniente. 
-Le advierto que es una historia sin final; al fin y al cabo aún sigo aquí. 
-En ese caso, supuesto va a comenzar a relatar su historia, el final será el comienzo.

***

El primer amor del poeta fueron unos versos que ya había olvidado. Es una locura pensar que pueda persistir el amor sin conservar el recuerdo de lo amado, pero es ésa la clave de la poesía: extraer la esencia de las cosas, aquello que nos provoque un sentimiento que trascienda al tiempo y a la propia evanescencia de lo que nos hizo sentir. Y ¿qué es la poesía si no locura?

***

-Pero la poesía está muerta -dice el poeta- y aquél que la busque está destinado a perderse. 
-¿Por qué dices eso?

***

-Quiero ser poeta -Le dijo el poeta a su profesor de literatura. 
-Me temo que hoy en día ya no se puede vivir de las palabras -Respondió el profesor. 
-¿Por qué no?
-Porque en esta sociedad lo que impera es el consumismo. Las personas únicamente se preocupan de aquello que les sea útil para poder vivir mejor, ganar más dinero, tener más posesiones… la poesía no es útil y lo que no es útil carece de valor. 
El poeta comenzó a manifestar abiertamente su disgusto al profesor, pero éste le cortó:
-¿Por qué te molestas tanto? Al fin y al cabo la sociedad la construimos entre todos. La belleza impregna nuestros corazones para siempre, pero lo material se rompe, desaparece y se olvida. Y a pesar de esto, la belleza ha muerto y si no me crees te engañas a ti mismo. Si te doy a elegir, ¿prefieres un poemario que te haga sentir que no estás solo en la vida, o prefieres un Ferrari?
-Prefiero el poemario -Dijo el poeta. 
El profesor soltó una carcajada. Después, le puso la mano en el hombro al poeta y exclamó:
-¡Eres de lo que no hay! Y precisamente por eso nunca podrás vivir de las palabras.

***

-¿Tú que escogerías? -Me pregunta el poeta, mirándome fijamente. Me debato entre la sinceridad y la complacencia y finalmente opto por lo primero. 
-Un Ferrari -le digo. 
El poeta baja la vista al vaso, cierra los ojos, asiente. 
Después, continúa su historia.

***

El segundo amor del poeta fue una mujer. Se conocieron en la universidad y al terminar la carrera comenzaron a vivir juntos. Todas las mañanas él le decía que la amaba y, tras ello, unía la acción a la palabra. Después se sentaba en una mesa con un folio y un lápiz por toda compañía y, en silencio, vestía de versos la imaginación. 
-Tal vez no seas lo suficientemente bueno. Podrías apuntarte a algún curso -decía la mujer a veces, cuando regresaba del trabajo y contemplaba los folios arrugados por el suelo. 
-No se puede ser lo suficientemente bueno. En este mundo ya no existen los términos absolutos -decía el poeta en aquellas ocasiones-. El consumismo nos inculca que nunca estemos contentos con lo que tenemos. Siempre podríamos tener más; siempre podríamos ser mejores en lo que hacemos; siempre podríamos ser más felices de lo que somos. No importa cuánto tengas, siempre quedará en tu interior un rescoldo de insatisfacción. Y cuando no quede nadie más contra quién competir, acabas compitiendo contra ti mismo.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Que ese pensamiento implica que el proceso de superación acaba tendiendo a infinito. Y, en ese caso, el mero intento de ser mejor resulta carente de sentido. 
-Y ¿qué puedes hacer, entonces?
-No lo sé.

***

-Debido a mi derrotismo ella me dejó un día -dice el poeta- y no nos hemos vuelto a ver. 
-Y aunque ella haya desaparecido de tu vida -le digo- ¿Aún la recuerdas, o sólo recuerdas el amor que sentiste por ella?
-Recuerdo ambas cosas -susurra-. Por más que lo intento, no soy capaz de separarlas.

***

El poeta nunca más volvió a estar con una mujer. Desde aquel momento se dedicó únicamente a escribir. Cuando tuvo unos cuantos centenares de poemas, pensó que había llegado el momento de lanzarse a las editoriales. Todas ellas le dieron con la puerta en las narices.

***

-Antes las editoriales te pagaban a cambio de publicar tus obras -me asegura el poeta- pero ahora tú les tienes que pagar si quieres que te las publiquen. 
-¿No hay editoriales que confíen en el artista?
-Las hay, pero en la mayoría de los casos sólo lo hacen si el artista ya es famoso y ya tiene un público asegurado. Pero para comenzar necesitas dinero, y yo había pasado mi vida confiando en que para conseguir dinero sólo necesitaba comenzar. 
-Entiendo -le digo al poeta. Al contemplarlo en aquella mesa, inclinado con la mirada perdida sobre un insulso vaso de agua y contándole la historia de su vida a un completo desconocido, comprendo que estoy contemplando la imagen de la derrota personificada. 
-Recuerdo que, cuando estaba en el instituto -comienza de nuevo el poeta, tras una larga pausa-, en clase de literatura estudiábamos a los escritores de distintas generaciones. Lo hacíamos analizando sus textos y extrayendo sus inquietudes, atendiendo a cómo reflejaban en ellas el contexto de su tiempo. Y me pregunto: ¿qué estudiarán dentro de cien o doscientos años los críos cuando estudien la literatura de nuestros días? ¿Qué inquietudes van a analizar? Sólo publica quien tiene dinero. Los que de verdad tienen inquietudes que reflejar, no tienen voz. 
Consciente de que no lo voy a animar demasiado, le digo lo que realmente pienso:
-Puede que, dentro de cien o doscientos años, a los críos ya ni siquiera se les enseñe literatura.
El poeta se queda pensativo, con los brazos cruzados. Casi puedo ver sus pensamientos en el reflejo de sus pupilas sobre la inmóvil superficie del agua que tiene frente a él. 
-Sí -dice al fin-, es bastante probable que así sea.

***

El poeta vagó por el mundo hasta sentir que se había convertido en un mero extra de la película de su propia vida. Le había tocado nacer en un mundo en el que ya no había sitio para la poesía. En ningún momento nadie le dijo abiertamente que sobraba y hasta era posible que nadie lo pensase de tal manera, pero él, simplemente, lo sabía. 
Dado que no tenía dinero, durante un tiempo vagabundeó intentando intercambiar sus poesías por comida, bebida y pases de autobús. 
-¿Para qué quiero yo una poesía? -solían preguntarle. 
-Porque el dinero en sí mismo no tiene valor. No se come, no se bebe, no aporta nada a tu vida. Si yo te diera dinero, con ese dinero podrías ir a una librería y comprar un poemario. Yo te estoy ofreciendo ahorrarte ese paso, ofreciéndote algo que, a diferencia del dinero, ya posee un valor intrínseco -solía responder el poeta. 
Pero sus palabras nunca surtieron efecto. Quizá su profesor había tenido razón y fuera cierto que las palabras ya no tenían ningún valor. Y, en este mundo utilitarista, lo que no tiene valor está muerto.

***

-Y así es como he llegado aquí -me dice el poeta. 
-Voy a calentarte un café -le digo, mientras me levanto. 
-Te repito que no tengo dinero. 
-A mí puedes pagarme con un poema -El poeta me mira sorprendido. Una sombra de felicidad recorre su rostro, y una expresión torpe y forzada me indica que hace mucho tiempo que no ocurre. Tal vez ha olvidado cómo sonreír- ¿Por qué no lo escribes mientras te preparo la taza?
Desde la barra, observo cómo el poeta saca una libreta, se apoya en el respaldo de la silla y se queda observando cómo el aguanieve sigue golpeando el cristal de la ventana. Así transcurre un largo rato. Súbitamente, el poeta se inclina sobre la libreta y comienza a escribir con frenesí. 
Caliento el café más de lo normal, para darle más tiempo a que desarrolle el texto. Finalmente suelta el bolígrafo y se queda mirando la libreta, con los brazos caídos. Tras esperar un tiempo prudencial, cojo la taza de café y me acerco a la mesa. 
-No se me ocurre cómo acabar la última rima - me dice, con tono de decepción - así que no tiene final. 
-Al igual que tu historia. 
Me tiende la libreta. La poesía está escrita con una letra difícil de leer, producto de cuando nuestra mente se mueve mucho más deprisa que nuestras manos. 
Mientras se toma el café, la leo con detenimiento.

***
Gotas de nieve
golpean el cristal
que protege mi infierno.

Aroma a café
amargo y negro
(tales mis sentimientos)

La noche cae
hacia el abismo.
Me arrastra hacia dentro.

En este bar
soledad y silencio
¿Por qué aún no he muerto?

En este vacío
ya sólo queda

***

El poeta se levanta, dispuesto a marcharse. Me agradece el café, como si creyera que no me lo ha pagado. Cuando pone la mano en la puerta, le digo:
-Tal vez la rima apropiada sería "un último intento". 
-¿Te parece un buen final? -me pregunta, desde la puerta. 
-Me parece un buen comienzo.





Manuel Murillo de las Heras
Este cuento forma parte de Relatos y otros enseres de andar por casa
y fue publicado por la Revista Almiar


domingo, 20 de agosto de 2017

No se me da bien echar de menos

He de reconocer que no se me da bien echar de menos. El verano ya se ha ido, llevándose tantas cosas con él... recuerdas, recuerdas la playa, el aire lleno de salitre y promesas oscuras que se desvanecían con un beso aderezado en un quizá. A ti nunca te bastó con escribir poesía, siempre quisiste serla. Y ahora, en este parque los dos, las hojas duras de oro crujiendo bajo nuestros pies, una tácita advertencia amarga, una llamada de atención, una petición egoísta del otoño exigiendo el deletéreo olvido de un paisaje azul y blanco horadado por la miel de tu cuerpo atezado bajo el sol... hoy todo es ayer y nada es mañana.
Pero no, no, no. Porque sigues a mi lado y ¿Ves esa hoja caer? Es de las últimas que quedan en el árbol. Sí. Y qué temprano se va poniendo el sol ahora ¿verdad? cada vez duran menos las tardes.
¿Cómo era eso que decías en la arena? Ah, sí, decías que la vida era como un gran aforismo que nunca alcanzábamos a comprender del todo. A veces cazabas mariposas y, otras, te gustaba cazar verdades. A mí también me gusta atesorarlas. Es verdad que el ocaso llega todos los días pero también es verdad que siempre vuelve a llegar el alba. Es verdad que un final feliz es sólo un oxímoron aliterado y que tal vez un final triste sea una tautología, pero también es verdad que se puede encontrar el amor en Roma aunque sea lo contrario. Es verdad que lo primero que se pierde es la ausencia y lo último que se pierde es la presencia. Y es verdad que tú en mis brazos, y mis labios en los tuyos, y nuestro beso en el recuerdo y en mis recuerdos tú. Es verdad que ya va haciendo frío, que deberíamos volver a casa ¿No?
¿No?
Lo que no es verdad...
Giro la cabeza y te busco con la mirada.


A veces me gusta imaginar que aún caminas a mi lado y le hablo así a tu ausencia.






#AmoresDeVerano

sábado, 22 de julio de 2017

Pequeño acto (de amor)

Un joven apuesto está de pie en mitad de una plaza. Tras él hay un banco donde descansa un hombre mayor. El otro banco está vacío. El joven parece muy excitado. Se acerca al borde del escenario e hincha sus pulmones antes de hablar.

EL JOVEN
(Al público)
Ni siquiera sé su nombre
pero una cosa sí es cierta:
de cuantas he conocido
es sin duda la más bella.
¡Cuán hipnótico resulta
el caminar de sus piernas!
¡Cuán intenso es el mirar
desde esos ojos de almendra!
¡Y cuán tiernos sus labios
cuando sueño que me besan!

EL VIEJO
¡Ah! Pareces bien prendado
de una bella jovenzuela.

EL JOVEN
(Sobresaltado por la intervención del viejo. Lo mira antes de hablar)

Yo diría enamorado.

(En ese momento la chica entra por el otro lado del escenario, el derecho. Se sienta en el otro banco y comienza a leer un libro)

                ¡Oh, es ella!
La quiero desque la vi
y mi corazón la anhela.
Y tal vez pregunte usted
¿Pues cómo, sin conocerla?
No es difícil de explicar,
lo entenderá usted al verla.
¿Cómo puede un corazón
soportar tanta belleza?

EL VIEJO
Por un motivo muy simple
no entiendo yo de belleza
y es que desde que nací
yo padezco de ceguera.

EL JOVEN
¿Cómo puede un corazón
soportar tanta tristeza?

EL VIEJO
Si bien es cierto que es duro
no es tan triste como piensas,
pues aunque todo esté oscuro
no me siento entre tinieblas
y no sufro así de vista
ningún engaño ni treta.

EL JOVEN
¿Y cómo me iba a engañar
mi vista, tan fija en ella?
¿Acaso no iba a saber
descubrir una careta?
¿Acaso es su pretensión
insultar mi inteligencia?

EL VIEJO
No dije yo que a tu vista
importancia no concedas,
pero tampoco te dejes
solamente guiar por ésta
y cometas el error de
juzgar por apariencias.

EL JOVEN
No sé por quién me ha tomado.
¡Voy a hablar con ella!

EL VIEJO
Que tengas suerte, muchacho.
Si no fuera como esperas
y quisieras un abrazo
Aquí estaré, a tu vera,
sin prisa alguna, sentado.

EL JOVEN
(Exasperado)
¡Pero cuánto desparpajo!
¿Por qué iba a rechazarme ella?
Soy un muchacho agraciado,
apuesto y con entereza.
Y aún así, si es que fracaso
¿Quién te ha nombrado albacea
de mi sueño hecho pedazos?
¿O es que eres la panacea
del corazón destrozado?
Viejo ciego, no te creas
que puedes darme un sermón.
¿Qué de ti la gente espera?
¿Qué sabes tú sobre amor?

EL VIEJO
Si al mirar buen uso dieras
habrías visto que en la mano
llevo anillo de casado
y desde antes que nacieras.

EL JOVEN
                Me marcho

EL VIEJO
                ¡Espera!

EL JOVEN
¿Qué quieres? Me estoy hartando.

EL VIEJO
¡Que muy buena suerte tengas!

El joven se dirige a la chica y se sienta a su lado, en el otro banco

EL JOVEN
¡Hola! Te vi aquí sentada
y he notado en mi interior
que algo intenso despertaba
y yo creo que es amor.

LA CHICA
(Cerrando el libro y mirándolo de arriba a abajo)
¿Sólo me amas con los ojos
o igual con el corazón?

EL JOVEN
Y también con los oídos
amo el timbre de tu voz.
¡Dime que también me quieres!
¡Dilo bien alto y marchémonos!

LA CHICA
Pero si no te conozco
¿Cómo iba a quererte yo?
Mis ojos sí que te han visto
pero mi corazón no.
Lo único que de ti sé
haciendo uso de razón
es que me has interrumpido
mientras leía un buen autor.
¡Cuánto te importa mi cuerpo
y cuán poco mi pasión!

La chica se levanta y camina con paso resuelto hasta desaparecer por el lado izquierdo del escenario. El joven la sigue, pero se detiene al lado del banco y, abatido, se sienta junto al viejo.

EL JOVEN
No lo entiendo ¿Qué ha pasado?
¿Me juzgó por la apariencia?

EL VIEJO
¡Oh, no! Todo lo contrario.
Quien no juzgó ha sido ella.
Se habría ido a tu lado, si
sólo por tu aspecto fuera.

EL JOVEN
¿Entonces todos debemos
 juzgar por apariencias?

EL VIEJO
O que ninguno las juzgue.
En ambos casos habrá amor:
En unos puede que dure (le pone al joven su anillo de casado delante de las narices)
y en otros puede que no.


Telón.



Manuel Murillo de las Heras