Soy un asesino. He acabado con cientos de vidas,
miles de veces. Un asesino despiadado. He sesgado indiscriminadamente vidas de
hombres, de mujeres, de ancianos y de niños. He violado su existencia y roto
las promesas que aún no les había dado tiempo a cumplir. He agarrado con
determinación mi cuchillo de letras y los he cortado, pinchado, rajado,
degollado, desmembrado, tajado, atravesado, mutilado, lacerado, despedazado y
cercenado con execrable satisfacción. He disparado mi pistola de palabras y los
he acribillado, hendido, agujereado, triturado y les he desvencijado cada
centímetro de su piel. He agarrado con saña, perfidia e iniquidad lo que otrora
habían sido unas piernas sanas y he arrastrado el occiso cadáver página por
página, mostrando su truculencia
párrafo
por
párrafo
con una sonrisa perversa dibujada en mi rostro, pintando
cada línea de rojo, de grana, tiñendo cada frase de una humedad tibia y
escarlata, impregnando cada término de un sabor férreo y manchando cada verbo,
envolviéndolo uno tras otro de viscosidad encarnada.
Sonriendo
porque sé
que aun sabiéndome culpable
el lector dejará de leer,
cerrará
el libro
y
o
l v i d a r á
t o d a s
l a
s
g o
t a s
d e
s a n
g r
e
.
Manuel Murillo de las Heras